(Por Nicolás Camargo Lescano)
Es el resultado de investigaciones del CADIC-CONICET en Tierra del Fuego, IDEA-CONICET en Córdoba y del Instituto Antártico Argentino (IAA). Expertas y expertos que llevaron a cabo los estudios explican los orígenes de estos contaminantes y los efectos nocivos en los ecosistemas marinos y en las redes tróficas, además de un dato que equipara a la región con los grandes centros urbanos.
Algunas cifras abruman. Los reportes hablan de que los plásticos representan, aproximadamente, el 90 por ciento de la basura marina. Y, solo en 2020, se estima que se produjeron 370 millones de toneladas de plásticos a nivel mundial. El equivalente, para darse una idea aproximada, es igual al peso de más de 36 mil torres Eiffel juntas. Y eso en solo un año.
La cuestión, obviamente, también atrae el interés de la ciencia. Un estudio llevado a cabo por el grupo de investigación formado por investigadores del IDEA, de Córdoba, y la doctora Irene Schloss, científica del Instituto Antártico Argentino y del CONICET en el Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC), analizó el nivel de microplásticos en una región tan remota como la Antártida. Los resultados, en este punto, fueron alarmantes.
“Si bien se suele considerar a la Antártida como uno de los lugares más prístinos del planeta, sospechábamos que estaba contaminado por microplásticos- cuenta Schloss a la Agencia CTyS-UNLaM-. Muestreamos la zona en distintas matrices, analizando el agua, los sedimentos marinos y los organismos vivos, en la región de la Base Carlini. Y los resultados mostraron que es tan grande la incidencia de la Base que las concentraciones de microplásticos son similares a la de los grandes centros urbanos”.
Los microplásticos, de acuerdo con los estudios, fueron más abundantes cerca de la Base, lo que lleva a identificar a las actividades locales en la isla como fuente primaria de contaminación por microplásticos en la caleta.
Cuenta Schloss que, en este contexto, entran en juego cuestiones de circulación del agua, ya que, en la caleta Potter -las caletas son entradas de mar, más pequeñas que las bahías- las corrientes recorren la costa de forma horaria, haciendo que se concentren los niveles de microplásticos.
“El enorme problema, ante esta situación, es que son partículas tan pero tan chiquitas que hay una biodisponibilidad para que los peces se las coman. Y si las ingieren los primeros eslabones de la red trófica, el problema después se magnifica, ya que se encuentran microplásticos en prácticamente todos los organismos”, alerta Schloss.
En esta línea, la doctora Julieta Antacli, investigadora e integrante del grupo de Schloss, cuenta que los microplásticos pueden tener impactos ecológicos al generar un contexto apto para la colonización de organismos microbianos y, además, alterar las propiedades de las heces del zooplancton, esenciales en el ciclo de nutrientes marinos.
“El zooplancton es un grupo particularmente vulnerable a la biodisponibilidad de los microplásticos en el medio marino, debido a la similitud en tamaño y apariencia con sus presas naturales. Varias especies de zooplancton pueden ingerir microplásticos, con diversos efectos negativos sobre la alimentación, reproducción y crecimiento”, explica Antacli, investigadora del IDEA- CONICET en Córdoba, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Múltiples orígenes y problemas (e investigaciones) a largo plazo
Las partículas de microplásticos se manufacturan con varios propósitos, como productos de higiene y cuidado personal, industria textil o redes de pesca. “Pero la principal fuente de microplásticos en el ambiente marino resulta de la fragmentación o degradación de plásticos de mayor tamaño, por fuerzas mecánicas como las olas, químicas como los rayos UV o por procesos biológicos”, explica Antacli.
Además, agrega la investigadora, los microplásticos entran en los océanos en grandes cantidades a través de diferentes vías, como residuos domésticos, plantas de tratamiento de aguas residuales, efluentes industriales, prácticas de eliminación, aguas pluviales y transporte fluvial, entre otras.
Schloss, por su parte, destaca el hecho de que no existen proyectos de monitoreo sobre cómo fluctúa la contaminación por microplásticos en la Antártida a largo plazo. “Este proyecto representa el primero en la región en el que se monitorean estos contaminantes, en las mismas estaciones y con la misma frecuencia que para el plancton. En este ecosistema, el zooplancton puede convertirse en un indicador sensible de las condiciones ambientales”, subraya.
Las observaciones a largo plazo, estiman las investigadoras, tanto del zooplancton como de las características físico-químicas del agua, “son claves para comprender cómo el medio marino, las comunidades de plancton y los niveles tróficos cambian con el tiempo”.