Me mueve a escribir estas reflexiones la serie de situaciones que venimos viviendo los argentinos todos frente a las políticas que está implementando el kirchnerismo desde el
Gobierno, al amparo de la tragedia de la pandemia que nos azota.
No me parece que pueda escapar a cualquier análisis de buena fe el avance del autoritarismo fascista sobre libertades y derechos constitucionales que estamos padeciendo.
Sería largo señalarlas a todas aquí. La enorme mayoría de nosotros sabe de qué se trata. Y sabe, además, que ha constituido una lamentable costumbre del peronismo – a largo de todas las oportunidades en las que le ha tocado gobernar en sus distintas versiones – esta forma de atropellar derechos y garantías de aquellos que no piensan como ellos.
Desde las persecuciones políticas a dirigentes opositores y la obligación de afiliarse si alguien pretendía asegurarse su trabajo en el Estado en su primera etapa; el sangriento enfrentamiento entre sus bandas en la década del 70 que constituyeron
con la Triple A de Perón y López Rega, adelanto del Terrorismo de Estado luego instalado por la dictadura genocida y los partisanos montoneros y sus secuaces que llevaron a la muerte a miles de jóvenes engañados por sus cantos de sirena; la
etapa privatizadora que encarnó el menemato vendiendo a la Argentina a precio de remate; la primera parte de este kirchnerismo que bajo el
paraguas de un supuesto “revolucionarismo” nos colocó al borde del abismo y que culmina ahora con este esperpento pseudo progresista que pone con este esperpento pseudo progresista que pone a nuestro país en las antípodas del mundo civilizado.
Son de una gravedad inusitada los hechos que están sucediendo en la Argentina y que tienen como activos protagonistas a relevantes miembros del Gobierno Nacional. Tanto más graves como el silencio del Presidente de la Nación ante los mismos. Un silencio que puede interpretarse como aval explícito. Silencio ante las amenazas al periodismo, los choques internos entre funcionarios, los atropellos de la vicepresidente al funcionamiento del Senado y tantas otras situaciones que nos sorprenden cotidianamente…
Ahora bien, frente a este atropello a las instituciones y a nuestros derechos elementales
que llevan adelante agazapados tras la tragedia del coronavirus vale que nos preguntemos de qué manera y a partir de dónde los argentinos podemos exigirles respeto a las normas
elementales de la convivencia democrática.
En primer lugar deberían ser los partidos políticos. Constituyen el embrión desde donde
debería nacer la resistencia a este avance autoritario. Existe una oposición conformada por
Cambiemos. Tiene su espacio en el Congreso Nacional, en las Legislaturas provinciales y en los Concejos Deliberantes de todo el país. No sucede en los hechos, salvo honrosas excepciones…
Se escuchan algunas voces que alertan sobre los avasallamientos fascistas. Pero no son
convincentes. No hay esfuerzos conjuntos. Sólo voces aisladas.
Se habla del silencio del presidente frente al avance del extremismo kirchnerista, como si
alguien todavía esperara el cumplimiento de aquellas promesas de “venimos mejores” de la
campaña electoral. Está demostrando que es lo mismo o que no consigue ponerles un freno.
Lo lamentable es que también aturden los silencios del radicalismo. No bastan declaraciones aisladas que, encima, muchas veces provienen de voces que no tienen la más mínima credibilidad… Porque además se necesitan mensajes
Porque además se necesitan mensajes institucionales: nacionales, provinciales y locales
que demuestren que el radicalismo es un partido que no tiene mensajes diversos a partir de conveniencias particulares.
Hay que hablar claro. No es lugar este para juzgar a quienes son acusados de haber servido al PRO dejando de lado la posibilidad de hacer escuchar la voz del radicalismo en la Provincia de Buenos Aires, ni de apoyar hoy a quienes pretenden encabezar las críticas cuando fueron los voceros de aquel acuerdo que se concretó en Gualeguaychú. O de los que se entregaron ante el primer conchabo…
Es el momento de hacer escuchar la voz del radicalismo frente a esta realidad. No es la
cuestión esconderse detrás del argumento de que poco importa expresar la defensa de los principios y valores atacados en la Nación por el hecho de que estamos, por ejemplo, en 9 de Julio… Hace tiempo que el radicalismo no existe como una expresión orgánica nacional. Sería necio desconocerlo. Pero también lo es negar que hay millones de radicales esperando sentirse representados… Esperando que los que pretenden – al menos así lo expresan – pelear por el poder alguna vez tengan la valentía que se necesita para
representarnos en estos duros tiempos que vivimos. La realidad no es la única verdad
mientras exista la voluntad de cambiarla…
Son millones de hombres y mujeres que están esperando que, como lo hizo alguna vez Raúl Alfonsín alguien se plante con la bandera de todos…
Un radicalismo mudo, cerrado, inactivo, sin palabras, que no se muestra, del que no se conoce su voz, del que no se sabe qué piensan sus dirigentes, que no despierta ni ante situaciones como las que vivimos, es un radicalismo que no sirve, un radicalismo que aturde con su silencio orgánico y de sus sectores internos, a nivel nacional, provincial y local, lo mismo da…
Julio Fernández Cortés