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Nueve de Julio
martes, 26 noviembre, 2024

Rincón literario

Me quiere mucho, poquito, nada…

(Por Marisa Chela)

Contaba los pétalos de cada margarita que le robaba a mi abuela del jardín cuando no me veía. Me habían dicho que era una señal de amor, y a mí ese chico… me encantaba. 

  • Me quiere, no … 
  • ¿Qué hacés mi niña? 
  • Regando abuela – siempre tenía a mano la regadera roja que me habían regalado para mi cumpleaños.  

Ella se acercaba y me miraba con una sonrisa pícara que nunca supe si se refería a la gracia que le daba verme regar, o me había espiado entre los matorrales de achiras que crecían como en manada y de todos colores. Eran plantas altas, mi abuela me había dicho que podían crecer hasta tres metros y lo estaba comprobando.  

Tenía muchísimas especies de plantas en su jardín, y de todas sabía mucho. Las mantenía hermosas porque las cuidaba muchísimo, protegiéndolas de los insectos y las malezas, y no dejaba pasar la oportunidad de ir explicándome todo. Yo creo que ella quería que yo heredara ese amor por las plantas porque veía que a mamá no le llamaba la atención. Hizo con esta enseñanza como un caminito de hormigas, despacito, lento, paso a pasito. Como el caminito de hormigas del jardín, que noche tras noche le comía alguna especie. ¡Dios santo! Cuando llegaba el día y veía tal atropello a su creación. Se enfurecía, corría al galpón a buscar el veneno, ese polvo blanco que desparramaba por cuanta hormiga encontraba, diciendo: 

  • ¡Ya van a saber lo que es comerse mis plantas, dañinas del diablo!¡Fuera de aquí! ¡Fuera!  

No había manera que me escuchara decir que me daba lástima aquellos pequeños insectos tan trabajadores. Creo que no quería escuchar porque ella también lo pensaría y le daría lástima. Es más creo que gritaba para no escucharme y tener que fundamentar entre lo que significaba ese trabajo laborioso de la hormiga y la destrucción de su jardín, que al final para mí, estaba justificado. Ellas van de acá para allá, llevando su alimento, nunca lo hacen desordenadamente, siempre forman una fila perfectamente organizada, con una gran disciplina. 

Alguna vez leí que “Las hormigas suelen ser útiles al hombre en diversos aspectos. No sólo trituran y oxigenan las el terreno, haciéndolo más fácil de cultivar, sino que también matan numerosos insectos dañinos.” Mi abuela hubiera reaccionado si yo le hubiese hecho este planteo, pero era mi abuela y yo no quería verla dudar. Para mí, ella significaba algo digno de imitar y la tenía como ejemplo de vida.  

Bueno, yo me adelantaba a sus quehaceres cotidianos en el jardín, para saber si el chico que me gustaba me quería y apelaba por eso a las margaritas. A veces me comparaba con las hormigas, pero las margaritas eran muchas, crecían en cantidad y se multiplicaban cada día. No era para tanto. Y ese chico me gustaba mucho. 

Juan era un chico muy lindo. Tenía ojos vivaces, miraba y se reía con la mirada. Su piel morena brillaba y dejaba caer sobre su frente un mechón de cabello renegrido. Lo veía llegar a la escuela, después de estar mucho tiempo con mi vista fija en la esquina de su casa. Lo seguía hasta que llegaba a su grupo de amigos, y me quedaba mirándolo reír. Siempre reía, cada tanto me miraba, bueno miraba para donde yo estaba, y yo me sentía dichosa. Eso era maravilloso, tan maravilloso como los cuentos de princesa que me contaba mi abuela. Al fin y al cabo yo siempre supe que iba a tener mi príncipe azul, así de lindo y alegre. No necesariamente los príncipes habitan en palacios, a veces los príncipes están en sus casas con su familia y se llaman Juan. Listo.  

Me gustaba ir a la escuela pero esperaba el recreo, era como una contradicción. Estaba entretenida aprendiendo pero sabía que si tocaba la campana, yo iba a ver a Juan, mi príncipe azul sin caballo ni castillo. Era real, tan real como mi enamoramiento. Pensaba en mi casamiento y en su mirada puesta en la mía.  

  • Me quiere mucho, poquito, nada …  

Cuando los pétalos se iban terminando y me decían: nada, yo pensaba que era una margarita defectuosa y nada, me iba sin pensar lo peor. Mirá si Juan no me iba a querer porque una margarita lo dijera, qué tontería era ese juego. 

 

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