(Por Juan Manuel Jara)
Tres profesores encararon un trabajo de investigación histórica sobre el ferrocarril, el fútbol y los pueblos nacidos con una estación. El backstage de un artículo que pueden disfrutar en esta edición.
Por más nuestro que lo sintamos el fútbol es inglés. Su llegada a nuestro país está estrictamente ligada con la historia del ferrocarril, porque fueron también los ingleses los que tejieron las redes de rieles y durmientes que conectaban (lamentablemente así, en pasado) la ciudad de Buenos Aires, el puerto, con distintos puntos del país. Y ellos también trajeron la pelota.
Muchos clubes que hoy militan en distintas categorías del fútbol argentino son nacidos a la vera de una estación, fogoneados por ferroviarios. Fútbol y rieles, trenes y pelota. A lo largo de la extensión de un ramal florecieron pueblos, localidades, que se alimentaban de ese medio de transporte. Tiempos de gloria, en donde trabajar en el ferrocarril era un orgullo que se transmitía también de padres a hijos. Pero, como tantas cosas inentendibles que suceden en este país, un día un “cráneo” de esos que no miden consecuencias pero seguro quizás cuentan billetes, decidió que había que empezar a cerrar ramales.
Arrancó cerca del 76 y el golpe de gracia fue en la década del 90. Y eso afectó, claro, a los pueblos que vivían del ferrocarril. Muchos desaparecieron o se convirtieron en parajes. Otros sobreviven en una suerte de lugares sin tiempo.
El ferrocarril es la madre de los pueblos. Ese es título de un trabajo de investigación documental que encararon tres profesores, Facundo Berazadi, Gustavo Abraham y Juan José López, motivados por el gusto compartido por los pequeños pueblos. “No somos periodistas”, explica Berazadi, “pero buscamos entender el periodismo no desde lo instantáneo sino a través de diferentes prácticas que tienen otros tiempos”.
Otro de los autores, Juan José López, cuenta que enfocaron el trabajo desde “dos vertientes de cómo entender el fútbol: desde su vinculación con lo social y con la historia, dándole valor a los tipos que vinieron a trabajar en el ferrocarril”. Así dieron con Raúl Perrotta, hombre que cumple con las dos “F”: ferroviario y futbolista. De hecho, el título del trabajo sale de un dicho de Perrota. Y con el personaje elegido, el pueblo fue la elección más fácil: Dennehy.
Berazadi cuenta que “Raúl Perrotta fue jefe de estación durante muchos años. Hasta el 91, en donde empezaron a levantar los ramales ferroviarios. Eso afectó a varios pueblos como Dennehy. Su vida estaba pensada en ese sentido. El dolor que eso les provocó a Raúl y a los habitantes. Pero por otro lado lo maravilloso de un lugar donde parece que el tiempo se detiene realmente y te obliga a detenerte”.
La recorrida con Perrotta les dejó la agridulce sensación de estar en un lugar donde hubo dos clubes o que el dueño del bar que tiene ganas de contar, mezcla de nostalgia de algo que ya no se puede compartir y la amabilidad de transmitir alguna de aquellas historias.
“Ves, en ese galpón llegaba el tren y cargábamos 200 bolsas de trigo” o “en ese arco hicimos un gol frente a Once Tigres y había 500 personas”, frases e historias que entrelazan la extensa charla en un recorrido de imaginación que lleva a tiempos que fueron en un pueblo que aun lucha por sobrevivir al paso del tiempo.
Horas de relatos cuya desgrabación y posterior edición fue un trabajo que JJ López reconoce para nada fácil porque “fue muy difícil dejar cosas afuera, por eso la extensión de la nota. Por ejemplo, estábamos en la cancha y pasa un vecino y al ver a Raúl me grita: ¡“No le creas!”, le retruco: “¿era bueno?”, y con una sonrisa me dijo “No sé si como Riquelme, pero…”
Esa chicana permanente, cosas que se van perdiendo, y son tan espontáneas que no las puedo dejar afuera”.
En esta suerte de prólogo de este muy buen trabajo realizado por el trio Abraham- López- Berazadi que hoy se publica en este semanario, está claro que este tipo de recopilación sirve como una manera de reforzar el archivo de una vida que para muchos fue su pasado y para los más jóvenes son historias lejanas. Los que quedan en esos pueblos, o los personajes como Perrotta, mantienen la llama encendida. Dicen que la ilusión nunca hay que perderla. “¿Van a armar la cancha?, grita el hombre a manera de chiste, pero que también hay un deseo intrínseco. Quizás un día la respuesta sea un sí.
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