Un equipo de investigación estudia los factores de riesgo asociados a la violencia en las parejas. La victimización durante la infancia y la adolescencia parece tener un gran impacto. «Las políticas públicas de prevención de la violencia deben ser inclusivas y abarcar a cualquier persona sin importar su género», señala Karin Arbach.
Karin Arbach es investigadora del CONICET, doctora en Psicología y lleva más de dos décadas sumergida, justamente, en el análisis de los factores de riesgo asociados a la violencia. Como tantas otras científicas repatriadas, Arbach decidió regresar al país con un propósito claro: contribuir a la mejoría de la sociedad y, en particular, a la reducción de los índices de violencia. Para ello, se centró en identificar los factores que se repiten sistemáticamente en este tipo de situaciones, y encontró en la victimización infanto juvenil una de las claves.
La victimización infanto juvenil incluye cualquier experiencia en la que niños, niñas y adolescentes son sujetos de algún tipo de abuso, maltrato, negligencia de parte de sus cuidadores, violencia o explotación que afecta su integridad física, emocional o psicológica. Estas prácticas van desde agresiones físicas leves por parte de amigos, hermanos o familiares hasta abusos sexuales y parece ser, para la experta, un terreno fértil para la perpetuación de la violencia en las relaciones a cualquier edad. “Las cifras muestran que las personas que han sufrido algún tipo de victimización durante su niñez o adolescencia presentan una mayor propensión no solo a sufrir violencia de pareja, sino también a reproducirla”, asegura la doctora en Psicología, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
“Hay formas de violencia ‘más leves’ como es la victimización por parte de otros niños o adolescentes en situaciones de empujones, golpes o cuando les tiran o rompen algo, que parecen menores, pero son consideradas pandémicas -profundiza Arbach-. Son tan frecuentes que están normalizadas, es como parte del desarrollo infantil sufrir alguna de estas formas de violencia. Sin embargo, no son inocuas, no pasan desapercibidas y dejan su marca”.
Otro punto de interés es que estas experiencias violentas tempranas afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres, además de que influye el vínculo entre la víctima y el agresor. «Nos encontramos con un montón de matices. Por ejemplo, no resulta igual si el agresor de un niño es una mujer, al parecer dejaría un impacto mayor que si fuese varón. Al revés con las niñas. Ellas, por ejemplo, sufren más violencia sexual mientras que los niños son más vulnerables a otras formas de victimización», señala Arbach y deja en claro que el análisis de estos factores debe ser lo suficientemente cauto como para captar estas complejidades.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)