La infancia es un período altamente sensible y delicado, y la profundidad de la huella que dejan las experiencias que se viven allí todavía es desconocida. Sin embargo, muchos estudios sugieren que hay un vínculo directo entre lo que sucede en los primeros años de vida y la vulnerabilidad o predisposición a sufrir trastornos mentales como la depresión y la ansiedad en la adultez. En esta nota, un equipo de científicos del CONICET y la UBA busca identificar el vínculo entre las vivencias negativas de la infancia y cierta predisposición a sufrir trastornos mentales.
(Por Magalí de Diego/ACTyS-UNLaM/InfoGEI).-Dentro del área que se conoce como psiquiatría biológica, un equipo de investigadores del CONICET y la Universidad de Buenos Aires busca entender por qué se presenta esta relación y qué mecanismos la generan. La respuesta parecería encontrarse en la maduración de circuitos cerebrales presentes en la corteza prefrontal, un área encargada de las respuestas emocionales, decisiones ejecutivas y de la adaptación a situaciones de estrés.
Según señala el doctor Mariano Soiza Reilly, investigador del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE, UBA-CONICET), “durante los primeros años de vida del individuo, muchos circuitos del sistema nervioso están en plena maduración. Se observó que, la exposición en la infancia a situaciones de maltrato, abuso, abandono o negligencia, puede tener consecuencias negativas sobre este proceso madurativo”.
Basándose en estudios anteriores, y a partir de la hipótesis de que se trata de cambios generados en un circuito cerebral específico, el que conecta la corteza prefrontal con los núcleos del rafe, sector en el que se fabrica el neurotransmisor serotonina, que tiene diversas funciones regulatorias, el equipo de investigación trabaja sobre dos modelos preclínicos en ratones. “Trabajamos desde lo que se conoce como neurociencia traslacional; es decir, usamos ratones para recrear escenarios mas simples que tienen un grado alto de extrapolación a los humanos”, apunta el biólogo, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Ensayo con animales
“En este caso, exponemos a los animales a situaciones de estrés durante la primera etapa de desarrollo y analizamos la maduración de sus circuitos cerebrales y sus respuestas conductuales cuando son adultos”, detalla el jefe del grupo de Neurobiología de Circuitos y Trastornos Psiquiátricos del IFIBYNE.
“La exposición del ratón al mismo escenario, pero unas semanas más tarde, en lo que sería el comienzo de la adolecencia en humanos, no tiene el mismo impacto. Las alteraciones más severas se producen durante un período crítico del desarrollo, cuando algunos circuitos corticales están aún madurando. Ahora queremos encontrar la forma de manipular esos circuitos durante ese período para modificar su actividad y poder prevenir o aliviar esos síntomas de tipo depresivos y ansiosos, presentes en nuestros modelos”, plantea Soiza Reilly.
Dos modelos para encontrar una solución
Si bien es claro que el “software” de un ratón es menos complejo que el de los humanos, el uso de estos modelos animales brinda mucha información sobre su funcionamiento y tiene un alto grado de similitud. “Con estas investigaciones, intentamos encontrar un punto de partida para saber por dónde ir. Luego, se podría pasar a una fase de estudio con sujetos en situación de vulnerabilidad con mayor riesgo para desarrollar estos trastornos, pero todavía hay mucho más por averiguar”, indica el investigador.
En el laboratorio, el equipo, integrado por las biólogas Tamara Adjimann y Carla Argañaraz, y la estudiante Grace Wu, se centra en dos modelos. “El primero -explica el doctor en biología-, es llamado ‘de separación materna’. En este modelo, se genera un estrés al alejar a las crías de su madre diariamente por al menos unas horas durante un período crítico de edades que, en general, va desde el nacimiento hasta gran parte del período de lactancia”. En humanos, esto sería el equivalente al tercer trimestre de gestación y hasta los primeros años de vida”.
“Por la incertidumbre que se genera al separarlos y luego por la actividad sobreprotectora de la madre, los animales se estresan. Esto genera conductas de tipo depresivas y ansiosas en la vida adulta de esos ratones. Ahora precisamos identificar qué mecanismo neural se estableció o activó en ese momento que plasmó esa alteración en su conducta”, agrega.
Segundo modelo
Durante el mismo período, se expone a los ratones a la fluoxetina, un antidepresivo muy utilizado. “Este modelo se basa en un efecto paradojal, ya que la exposición en esa etapa del desarrollo genera que en la vida adulta haya una mayor predisposición a desarrollar conductas de tipo depresivas y ansiosas en los ratones. Sucede lo contrario de lo que uno espera del tratamiento en sí mismo, y esto sorprendió al campo de investigación. De hecho, estudios clínicos recientes muestran que algo similar ocurriría en sujetos expuestos a fluoxetina durante el tercer trimestre de gestación”, detalla el investigador.
Según indica Soiza Reilly, esta información refuerza la teoría de que, si durante el tercer trimestre de gestación la madre del individuo consumió antidepresivos de este tipo, ese individuo, en su vida adulta, puede tener una mayor predisposición a desarrollar depresión o ansiedad. “Es información sumamente valiosa para definir las opciones terapéuticas a la hora de tratar a una paciente cursando un embarazo, ya que algunas drogas antidepresivas podrían tener efectos no deseados más profundos de lo pensado”, destaca. (InfoGEI)Jd