Mendoza es una de las provincias más famosas de nuestro país y motivos tiene de sobra. Es visitada por miles de turistas que llegan de todas partes del mundo a rendirse a los pies del Cerro Aconcagua, el Centinela de Piedra que desde sus 6960mts de altura parece bendecir estas tierras donde hombres y mujeres durante cientos de años han rendido culto a la tierra y sus frutos.
Tierra del sol, Mendoza es reconocida en el mundo por la calidad de sus vinos que ganan medallas y premios por todo el planeta. El mejor cabernet del mundo del 2018 premiado por la Unión de Enólogos de Francia, es Mendocino.
Cuna de la independencia, lugar donde el espíritu del general San Martin se hace presente en cada una de las obras que dejo en su paso por la provincia, el paseo Alameda, el Archivo General de la Provincia, la biblioteca pública que lleva su nombre, los canales de riego, pero por sobre todas las cosas el coraje, eso que aún se siente en el aire. El coraje de vivir en un desierto y convertirlo en oasis a fuerza de trabajo.
Mendoza es todo eso y mucho más, lejos de los monumentos, de las grandes bodegas, lejos de los turistas y la ruta del vino, hay una Mendoza silenciosa, la que no tiene vidriera, la que esta tierra adentro, y que parece invisible, pero aun así lucha por seguir sobreviviendo. En esa otra Mendoza que pocos conocen llegamos al departamento de General Alvear al sureste de la provincia, donde 30.000 hectáreas son regadas por el rio Atuel, permitiendo el desarrollo agrícola ganadero.
Una de las cosas que más impactan cuando se entra a Mendoza por la ruta 188 es la cantidad de fincas abandonadas y galpones de acopio cerrados. El recuerdo de un pasado prospero de pequeños y medianos productores que hoy son un número más del empleo público en el mejor de los casos. El abandono va ganando terreno en los oasis productivos y, con él, el desierto vuelve a Mendoza.
Bowen pertenece a General Alvear, es una pequeña localidad de 10.932 habitantes según el último censo. Así llegamos a la historia de la familia Bonini, una de esas que rompen el molde. Generalmente cuando se habla de productores agropecuarios se trata de una actividad que se va legando generación tras generación donde la tierra es un bien heredable. Son pocas las historias de aquellos que deciden encarar el desafío de aprender una actividad tan compleja y dinámica como es producir y en Argentina donde muchas veces la inestabilidad se compensa con oficio y creatividad.AmetoBonini, inmigrante italiano mecánico de máquinas viales, se instaló en City Bell, localidad del partido de La Plata donde trabajo hasta jubilarse. Con una familia constituida, 3 hijos y la vida resuelta, decidió ir tras sus sueños y compro una finca abandonada, actualmente productiva. Ameto ya no está, pero sus ganas de aprender y de convertirse en productor quedo legada en su hijo Cristian, quien nos contó la difícil situación por la que atraviesan los productores de fruta.
Con las tranqueras abiertas entramos en el sur Mendocino, una realidad que duele…