(Por Sofía Terrile)
En la Argentina hay 62 variedades de papas andinas. En Buenos Aires, hay «quechua potatoes». En un discurso lleno de anécdotas de su vida personal y profesional que cerró la cumbre del Women20 ( W20 ), la ingeniera jujeña Magui Choque Vilca repasó su historia con el alimento y los choques culturales que la llevaron a reivindicar el «valor agregado» como la oportunidad de que cada uno sea feliz donde vive.
A Choque Vilca se la conoce como la «reina de las papas andinas». Durante años, las estudió para conocer todas sus variedades. Y para hacerlo bien, dijo, simplemente hizo falta ser una apasionada de lo que ella estaba estudiando. En una primera etapa, tras su paso por la Universidad Nacional de Jujuy, descubrió cómo la lógica de su cultura, con saberes ancestrales, podía conversar con la lógica del conocimiento sistematizado.
Su segundo descubrimiento personal y profesional tuvo que ver con la riqueza y la pobreza. Cuando, en algún momento de su carrera, se dedicó a estudiar el yacón y participó en una exportación de este cultivo a Italia, descubrió cómo la percepción de este alimento casi desconocido cambió una vez que fue exportado a Europa.
«Me pregunté desde qué lugar tenemos mercantilizados nuestros recursos para llamarnos ‘pobres’ o ‘ricos’. Nuestra América morena es inmensamente rica, pero hace falta poner nuestros recursos en valor e interactuar con ellos desde el conocimiento y la pasión», resaltó.
Cuando siguió con el «camino de las papas», se le cruzó un comercializador que la animó a llevar sus papines a Buenos Aires. «A la semana siguiente me pidió 30 toneladas de papas de dos centímetros», recordó, y contó que ella creía que, una vez en la Capital Federal, el alimento iba a ser protagonista de titulares similares a «las perlas andinas». En cambio, se comercializaron como «quechua potatoes».
«Yo quería que estas papas reflejaran lo que yo era, pero las lógicas comerciales dependen de cómo se quiere ver reflejado el otro. ‘Está bien’, pensé, ‘esta vez las llamaremos así, pero luego les pondremos el nombre en criollo'», recordó.
«No tenemos que tener vergüenza de nuestra identidad, porque es lo mejor que tenemos -continuó-. Desde la ruralidad tenemos que entender ciertos códigos, pero el mercado también está obligado a entender los nuestros».
La Quebrada de Humahuaca fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y así sus habitantes descubrieron el mundo del turismo comercial. Los hoteles y los restaurantes se multiplicaron por decenas, recordó Choque Vilca, y las cocineras populares fueron desplazadas por el «chef», protagonista de todos los flashes.
«En ese entonces, elegí el camino difícil: crear una tecnicatura en cocina autóctona pública y gratuita», dijo, y explicó que lo hizo porque estudiar cocina en la Ciudad es caro y que, de otro modo, las mujeres jujeñas se hubieran tenido que dedicar a lavar platos.
«Las cocineras del pueblo me contaban que ellas cocinaban con amor. Que ponían lo mejor de ellas para que el otro disfrute. Que apostaban por la reciprocidad: y yo desearía que todas las mujeres rurales también la tengamos», resaltó.
Hizo un comentario sobre el «valor agregado en el lugar», un término que se escucha en boca de funcionarios y empresarios dedicados al agro. Para eso, llamó a invertir en infraestructura: «No está bueno que la ciudad tenga una ducha de agua caliente y el campo no la tenga. El verdadero valor agregado es cuando podemos ser felices donde vivimos. No está bueno el desarraigo, porque con él dejamos muchas cosas: historias, afectos y lo que somos. Está bien que alguien ‘decida’ irse, pero no que ‘tenga’ que irse», cerró.