*Por Magalí de Diego y Marianela Ríos (Agencia CTyS-UNLaM)*
Menstruar, todavía es, socialmente, un tema tabú. Aun hoy en día, persiste cierta incomodidad a la hora de hablar sobre este proceso fisiológico natural. Este silencio es cultural y sus consecuencias, también. Miles de personas menstruantes padecen dolor agudo durante su ciclo. Sin embargo, el dolor menstrual es el único que, incluso médicamente, es normalizado.
Por ello, cada 14 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Endometriosis, una enfermedad ginecológica benigna cuyo principal síntoma es el dolor pelviano al punto de ser incapacitante para desarrollar cualquier actividad. Se estima que entre un 6 y 10 por ciento de la población con órganos reproductivos femeninos puede padecerla.
Cuando la doctora Gabriela Meresman, investigadora del CONICET, comenzó a estudiar sobre esta patología, hace casi 20 años, era poco lo que se sabía. Hacer ensayos en modelos animales era muy costoso, por lo que trabajaban con muestras de pacientes. “Dependíamos de que el médico se acordara de nosotras el día de la cirugía”, recuerda, en diálogo con Agencia CTyS-UNLaM.
El tejido que tapiza el interior del útero se denomina endometrio y, en condiciones normales, se encuentra solamente dentro del útero. El problema surge cuando este tejido crece y se desarrolla por fuera de la cavidad uterina, dando lugar a la endometriosis. Su diagnóstico tardío tiene varios motivos: la aceptación del dolor menstrual intenso, por un lado, y la dificultad para detectarlo en el examen pélvico, por el otro. La forma más certera de confirmar la enfermedad es a través de una biopsia del tejido afectado mediante una cirugía.
“Lo que sucede es que las mujeres tienden a no consultar por considerar que el dolor es normal y, en los casos en que lo hacen, muchas veces son los mismos profesionales los que desestiman la consulta y recetan un antiinflamatorio o un analgésico. Esta situación lleva, a nivel mundial, a que el diagnóstico se retrase entre siete y ocho años”, precisó la científica, quien es directora del Laboratorio de Fisiopatología Endometrial en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME-CONICET).
Meresman estudia esta enfermedad no solo en el laboratorio, sino también afuera, en el contacto directo con pacientes. Sobre ese vínculo, asegura, se sostiene el “desafío” y el “entusiasmo” de seguir investigando. “Me parece importante salir de la mesada y escuchar sus historias. Me he encontrado con relatos de mujeres que no se podían parar de la silla del dolor, empleadores que no aceptan que falten al trabajo o chicas que las han ‘vaciado’ directamente”, relató.
De interrogantes y otras yerbas
¿Por qué el tejido endometrial tiene la capacidad de crecer en algunas mujeres y en otras no? Esta es una de las preguntas que aun no tienen respuesta en el estudio de las endometriosis. Lo que sí se sabe es que esta característica que tienen las células endometriales de implantarse, crecer y sobrevivir es muy similar a las células tumorales.
“La endometriosis se comporta como un tumor en todo sentido, porque el tejido endometrial prolifera, se irriga y, muchas veces, migra a otros sitios. Eso me sirvió para empezar el estudio que estamos llevando adelante sobre el extracto de romero. Había leído que sus compuestos inhiben el crecimiento tumoral, entonces pensé que también podía llegar a ser beneficiosos para una enfermedad crónica como esta”, explicó.
A partir de esa idea, comenzó a trabajar con un equipo de investigadoras para desarrollar un tratamiento natural, a base de un extracto de la planta de romero. Esta planta contiene ácido carnósico y ácido rosmarínico, activos que tiene efectos antioxidantes, antiinflamatorios y antiproliferativos, que podrían evitar el crecimiento y la irrigación de las lesiones en las pacientes.
“Los resultados de los primeros ensayos in vitro son alentadores porque vimos que inhibe el crecimiento y, aparentemente, a algunas proteínas que están involucradas en la inflamación. Ahora estamos trabajando con una plataforma de cultivo tridimensional, que se asemeja más a una lesión endometriósica. Es algo muy novedoso, así que estamos muy expectantes por ver cómo actúa el extracto de romero”, adelantó.
Camino a una vía alternativa
Uno de los problemas que enfrentan las personas que tienen esta enfermedad es que el tratamiento implica una cirugía por laparoscopía para remover los tejidos e incluso quistes, y, luego, pastillas de control hormonal para bajar los estrógenos en sangre. Para Meresman, la administración de estos fármacos no puede aplicarse a largo plazo.
“No se les puede estar dando hormonas toda la vida porque tiene efectos secundarios, las mujeres no pueden quedar embarazadas y porque en el momento que se las dejo de dar, la enfermedad vuelve en el 50 por ciento de los casos. Y la realidad es que en los congresos está lleno de laboratorios farmacéuticos y empresas, pero hay muy pocas presentaciones que tienen en cuenta las terapias naturales”, argumentó la investigadora del CONICET.
“Mi deseo es aportar una alternativa terapéutica y que, en algún momento, esto llegue a las farmacias».
Dra. Gabriela Meresman
En ese sentido, sostuvo que la búsqueda de una alternativa terapéutica que se pueda administrar de manera crónica es indispensable. “Mi deseo es aportar y que, en algún momento, esto llegue a las farmacias. Es importante, de todas formas, remarcar que estamos en proceso de investigación, porque me llegan muchos mails de pacientes o familiares que consultan dónde pueden comprarlo y es entendible la desesperación”, aclaró.
Por último, Meresman consideró que es necesario brindar información sobre la endometriosis en las escuelas, como parte del Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), especialmente para adolescentes. “Siempre en mis intervenciones en la Sociedad Argentina de Endometriosis comento la importancia de ir a los colegios y hablar sobre cómo es la menstruación, si duele qué tengo que hacer, etc. Es información que tiene que estar presente en las aulas”, concluyó.