Y no es para menos, ya que en noviembre cumplió 500 años y tuvo todo listo para celebrarlo. .!!
Siempre da gusto visitar La Habana. Si alguna vez lo hizo, este es un buen momento para repetir la experiencia. A su magia histórica y cultural se le suman los logros de los esfuerzos que se vienen haciendo con el objetivo de que la ciudad esté más linda que nunca. Aunque la expansión de la población y las consecuencias de la humedad y el salitre sobre las construcciones están a la vista, no por eso luce menos pintoresca: por el contrario, estos detalles le brindan un encanto particular. Sin embargo, desde hace tiempo se realizan tareas de restauración. Así, volver a visitar la capital es también una oportunidad para redescubrirla y ser testigo de sus cambios. De hecho, para dar cuenta de ello, el antes y el después están ilustrados en las áreas públicas con fotografías.
Lo que viene es seguir sumando cambios, porque el objetivo ahora es que la ciudad muestre su mejor cara ante todos aquellos que quieran pasar a saludarla por sus 500 años.
Para empezar a conocer La Habana, lo ideal es comenzar por su joya preciosa: La Habana Vieja. Tomar un city-tour suele ser la mejor opción para no perder detalle de lo mucho que el destino tiene guardado. Los autos antiguos están por todas partes, también los turistas. Por eso es muy común encontrarse con grandes grupos en los alrededores de los atractivos principales.
En La Habana a cada paso hay una foto perfecta, y mientras se avanza en ese programa se llega a las plazas más importantes.
En la Plaza de la Catedral, al mejor estilo europeo se distribuyen mesitas y sillas de hierro forjadas, en las que los visitantes prueban las espumosas limonadas habaneras y las cubanas toman una leche de malta. A un costado del imponente edificio, una sacerdotisa vestida de blanco, con una flor rojo furioso en el turbante, espera para tirar las cartas, mientras hay quienes con ropas típicas se pasean entre la gente.
Enfrente, en las puertas del Palacio Lombillo, está la escultura de bronce fundido de Antonio Gades, bailarín y coreógrafo español, varias de este tipo se encuentran en distintos puntos de La Habana: el escritor Ernest Hemingway luce apoyado sobre la barra de El Floridita, John Lennon está sentado en un parque del barrio El Vedado y la Madre Teresa de Calcuta lee en el Convento de San Francisco de Asís.
La ya mencionada Plaza de Armas, con flores y diferentes árboles, entre ellos la ceiba, ejemplar por demás especial en esta época, ya que debajo de una de estas se fundó la ciudad. Además, otro dato peculiar y relevante de la plaza es que cuenta con la única calle con adoquines de madera. Cuenta la leyenda que al capitán general Miguel Tacón y Rosique le molestaba el constante ruido de las carretas frente al palacio, por lo que encargó esta obra que se concretó promediando 1800. Esta es la base en que se erige el mercado de libros que comentamos al principio de la nota. El detalle es tan tramposo como encantador: las únicas armas que se encuentran en este lugar son libros.
La Plaza de San Francisco de Asís -la segunda más antigua de La Habana- es donde se extienden edificios de gran valor arquitectónico, como el Palacio del Marqués de San Felipe y Santiago de Bejucal y Petróleo de Cuba.
El Museo del Ron es otra buena alternativa. Después de la visita guiada, es recomendable sentarse unos minutos en el patio de esta antigua mansión colonial para degustar un trago a base de caña, ron y naranja. Cabe mencionar que cerca de esta plaza está el puerto habanero, la Terminal Sierra Maestra, donde en los últimos años se potenció la llegada de buques de distintas partes del mundo, que incluso la utilizan de base para comenzar sus itinerarios por el Caribe.
En sus orígenes, la Plaza Vieja era conocida como Plaza Nueva y, principalmente, se utilizaba para realizar ejercicios militares. Luego funcionó como mercado al aire libre, y actualmente se encuentra salpicada de restaurantes, cafés, bares y cervecerías; además se muestra colorida y en su máximo esplendor.
Volviendo al camino también vale la pena visitar el imponente Capitolio Nacional, construido en 1929 y que viene de una importante remodelación que llevó años. Después se atraviesan el Paseo del Prado, el Gran Teatro de La Habana y el Parque Central.
Algo alejado de La Habana Vieja hay un sitio imperdible, especialmente para los argentinos. Se trata de la Plaza de la Revolución, donde se halla el famoso mural del Che Guevara, foto que no puede faltarle a nadie que visite Cuba. Asimismo, está el de Camilo Cienfuegos y, enfrente, se encuentra el memorial del héroe nacional José Martí.
No importa dónde se aloje cada uno: hay un atractivo que es sin duda una visita obligada para todos. Se trata del legendario Hotel Nacional, cuya historia comenzó en 1930, cuando fue inaugurado sobre una colina de vista privilegiada, en donde hubo funciones militares en vidas anteriores, hasta el momento en que se decidió construir un establecimiento de lujo. Los que parecen mitos y leyendas del lugar -y en realidad no lo son- comenzaron apenas más tarde, en 1933. En ese momento se produjo un ataque armado del que aún hoy se pueden ver los proyectiles incrustados en la fachada, en el marco del golpe militar encabezado por Fulgencio Batista. Fue este militar quien luego abrió el camino al desfile mafioso que comenzó de la mano de Lucky Luciano y Mayer Lansky, quienes por entonces controlaban, entre otras actividades, el juego en la isla grande. Cuando la revolución triunfó en 1959, el negocio de los casinos se terminó y la administración de la propiedad fue reorganizada por el nuevo gobierno. Allí comienza la otra etapa de la vida del establecimiento. Más allá del aspecto netamente de hospedaje, el Hotel Nacional cuenta, entre otras dependencias, con el conocido Salón de la Fama, donde se exponen miles de fotos, objetos y notas de las estrellas que a lo largo de más de 85 años fueron parte de su historia. Además de este salón, hay un conjunto de habitaciones destacadas con foto y una pequeña reseña de la visita de cada celebridad. Es el caso de la 225, donde Ava Gardner y Frank Sinatra se hospedaron en 1951 durante su luna de miel, o el de la 228 donde estuvo el músico Nat King Cole durante 1957. Jean Paul Sartre también se alojó en 1960 y tuvo su reunión con Fidel Castro ahí mismo. Como estos, numerosos políticos, deportistas, actores, músicos y estrellas de todo tipo y rubro aparecen retratados en las paredes. En los pasillos, en el ascensor, o tomando una copa en el bar, uno puede escuchar magníficas historias de quienes alguna vez tuvieron el gusto de alojarse allí, a veces ciertas, otras inventadas, pero nada que un buen relato y el mágico contexto no pueda volver creíble. Guárdese una mañana o una tarde para conocer el hotel, podrá tomar una visita guiada y conocer al detalle este edificio único.
A media cuadra de la Plaza de la Catedral, sobre la calle Empedrado, se alza La Bodeguita del Medio, un clásico habanero donde los graffitis y firmas de los que pasan por allí invaden las paredes y se intercalan con algunas fotos, aportándole un carácter cosmopolita que mantiene aires de pueblo. Sin embargo, como cabe imaginar, el lugar suele estar atestado de turistas, lo que puede no gustar a más de uno. Cada día La Bodeguita se llena de viajeros que llegan para disfrutar del que muchos catalogan como “el mejor mojito de la isla”, que con amabilidad sirve un mozo charlatán en la barra de madera de la terraza, mientras en un rincón algunos músicos se acomodan como pueden y sueltan los clásicos de la música local. Tal vez por esa mística que transmite, el bar fue inmortalizado en algunos libros del gran Ernest Hemingway, cuya frase de cabecera solía ser: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita”.
Y si hablamos de “Papa”, como lo llamaban en la isla, hay que decir que el premio Nobel de Literatura está inmortalizado mediante una estatua de bronce en su bar preferido en todo el mundo: El Floridita, declarado como la Cuna del Daiquirí (el tradicional trago a base de ron y limón). Dicen, incluso, que fue en el propio bar donde vio la luz gran parte de Por quién doblan las campanas, una de sus más importantes obras.
Y es que en 1939, tras la separación de su esposa Pauline, el escritor navegó hasta la isla y allí se quedó viviendo en el hotel Ambos Mundos, en pleno centro de la ciudad, donde hoy aún se guarda su habitación como un museo. La visita a dicho cuarto tiene costo, pero se puede subir gratis a la terraza y tomar allí algunos tragos en su honor.
Además, a Hemingway también le gustaban los buenos habanos, y no hay mejor lugar para conseguirlos de la mejor calidad que las numerosas tiendas expresamente dedicadas a esta especialidad cubana.
En la noche, la apariencia de La Habana cambia. Si bien la iluminación se limita a los lugares más concurridos, hay que decir que la seguridad es garantía en toda la ciudad, por lo que desandar sus calles, buscar un restaurante o paladar (tradicionales casas de comida cubanas) puede ser un gran plan. Sin embargo, un imperdible nocturno es el espectáculo de primer nivel que brinda el cabaret Tropicana. El talento de bailarines, cantantes y diversos artistas brilla en un “paraíso bajo las estrellas”. Hay otras opciones, similares y de gran calidad, en el Habana Café del Meliá Cohiba y en el Cabaret Parisién del Hotel Nacional.
La Habana tiene miles de historias que contar y en cada esquina un atractivo para contemplar, cubierta de 500 años de historia, acepta el desafío. Lo sabe: tiene todo para no defraudar.
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