(Por Cesar G. Pereyra / Productor Agropecuario)
“Hay quienes no pueden aflojar sus propias cadenas y sin embargo pueden liberar a sus amigos” Así hablo Zaratustra.
¿Por qué alguien que es exitoso generando riqueza dejaría su actividad para ir al estado? Como si ser empresario no fuera, tal vez, una de las actividades más nobles que puede haber en una sociedad.
Un empresario tiene que invertir, generar riqueza para poder vivir, pagar sueldos, impuestos y reinvertir, todo a su propio riesgo. Para generar esa riqueza es que precisa satisfacer las necesidades y gustos de los consumidores, darles un buen producto. Y para lograrlo precisa de sus más altos valores puestos en pos ese objetivo.
Adicionalmente, si se trata de un empresario agropecuario este es desafiado a diario por contratiempos naturales como sequías, inundaciones, pedradas, plagas y muchos otros.
Tal vez el campo sea el mejor escenario para entender el valor de la libertad. Todos los días se ve ese orden natural, en todo momento, en cada lugar.
El campo es diverso y en eso también radica su fuerza. No se circunscribe a una sola región. Se encuentra en toda la geografía del país, es federal, es el motor de la economía de muchos pueblos y ciudades, y es pilar económico y cultural de la nación entera.
Si alguien deja la noble tarea de productor agropecuario para pasar a ser un funcionario público, jamás podrá defender a los que hoy tiene que controlar y regular, sometiéndolo al cobrarle impuestos y tasas. De ésta manera se entiende, entonces, que no solo no condenen las retenciones, sino que hasta las apoyen con declaraciones cobardes como “ahora abarcan no solo al campo”, o argumentando “que es una necesidad temporaria por la emergencia del país”. Porque también les sucede que empiezan a confundir el Estado con el país, y en realidad no es así; el país es mucho más que el Estado.
Es probable que muchos de estos ex productores agropecuarios, hoy devenidos en grises funcionarios, hayan accedido a participar de la administración pública de buena fe, en la creencia de que desde despachos oficiales podían cambiar ciertas cosas para mejorar las condiciones de producción. Pero no tengo dudas que, a poco de andar, algunos se han dado cuenta que el progreso no viene de las privaciones forzadas ni de las resoluciones de funcionarios públicos. Y que el mayor problema no son las personas en sí, sino el perverso sistema que fagocita las mejores intenciones. Y es en ese mismo momento en el que deberían dejar sus cómodos sillones. Pero, como rezaba una publicidad de una tarjeta de crédito… “pertenecer tiene sus privilegios”.
Estas personas, las mismas que hace 10 años eran líderes en la lucha contra la mítica resolución 125, empresarios agropecuarios reconocidos, miembros de agrupaciones de “elite“, hoy son burócratas del ex Ministerio de Agroindustria -recientemente rebajado a Secretaría-, o presidentes de organismos estatales que llegaron a esos mismos despachos despotricando contra los peores funcionarios de la historia argentina como lo fueron los K; ellos mismos terminan apoyando retenciones y más impuestos, igual que en la anterior administración.
Todo esto me recuerda a un párrafo del libro “Rebelión en la granja”, obra maestra de George Orwell:
“Los animales que estaban afuera miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cual.”