(Por Prof. Fernando “Cocó” Maineri)
Las investigaciones muestran que el ejercicio estimula las hormonas que sacan las ganas de comer y le dan la señal al cerebro que el cuerpo está saciado. Un punto más a favor de la actividad física frecuente. A los beneficios que aporta a la salud del corazón, huesos, músculos y pulmones se agrega una nueva.
Tres estudios muestran que practicar ejercicio ayuda a perder peso de 2 formas distintas. Esto es no solo aumenta el gasto calórico sino que también disminuye las ganas de comer.
La investigación de la Universidad de Colorado, Denver, EE UU, descubrió que la actividad física además de reducir el apetito, reduce la quema de grasas antes que la quema de carbohidratos. Gastar la grasa primero y almacenar el carbohidrato para gastarlo después, disminuye la chance que vuelvan a recuperarse los kilos perdidos y minimiza el riesgo que la gente se llene de comida por que el cerebro empieza a recibir señales de que el cuerpo está saciado.
La mayor parte de las personas piensa que engordar es fácil: basta que las calorías consumidas sean mayores de que las que se gastan pero, en realidad, se trata de un proceso bastante más complejo que eso.
Los animales comen o dejan de comer de acuerdo con las señales bilógicas que llevan al aumento o reducción del apetito.
En los hombres los avisos que controlan el consumo de alimentos son mucho más débiles. El ser humano come (o no) mucho más por presión psicosocial y ambiental. Después de una dieta en cambio, esas señales metabólicas se tornan importantes, lo que quiere decir que las señales se traducen todo el tiempo en hambre, llevando a la persona a querer comer más de lo que el cuerpo necesita. Así, uno de los motivos por los cuales la gente vuelve a engordar es quedarse con hambre después de someterse a un régimen muy estricto.
Buena parte no logra ignorar esa presión psicológica y es bilógicamente llevada a lanzarse a la comida compulsivamente después de haber sufrido mucho para perder algunos kilos.
Por eso, un grupo grande de “nuevos flacos” terminan siendo víctimas del efecto rebote y vuelven a subir de peso, e inclusive a superar su peor peso anterior. La experiencia de un sinnúmero de personas demuestra que la mayoría de los que logran mantener su peso tras una dieta practican actividad física en forma cotidiana.
Las hormonas ante y pro apetito:
El cuerpo fabrica varias hormonas que ayudan a regular el hambre y la saciedad.
Los más importantes son la Grelina y el péptido YY , actúan en una región del cerebro llamada “núcleo arqueado” por mecanismo que tienen acciones totalmente opuesta, lo que quiere decir que una estimula el apetito y el otro la saciedad.
Cuando el estómago está vacío, libera Grelina. Al estimular el centro del hambre ella manda al cuerpo una señal clara: tiene que comer.
Pero a medida que llenamos el estómago de comida comienza la digestión y el alimento pasa al intestino. Entonces, empieza a actuar la otra hormona: P YY esta última estimula el centro de saciedad, mandando la señal para que cerremos la boca.
¿Por qué se recomienda que comamos lentamente y mastiquemos bien los alimentos?
La respuesta es simple.
El centro cerebral de saciedad tarda más tiempo en ser activado. Necesita un lapso para que el intestino fabrique la hormona y esta dé el alerta.
Otras dos hormonas ayudan a controlar el peso a largo Plazo: la Insulina y la Leptina.
Producidas por las células del páncreas: la Insulina (la hormona involucrada en la diabetes) inhibe el hambre. Los obesos tienen menor sensibilidad a la insulina, por eso tienen un apetito mayor.
La Leptina es fabricada por las células grasa (del tejido adiposo) y estimula el centro de saciedad y avisa al cerebro como anda el stock de grasa en el cuerpo.
Cuando una persona adelgaza, las células de grasa disminuyen de tamaño, cae la producción de Leptina y el hambre crece.
Toda actividad física debe ir acompañada por una dieta, y una dieta debe ser seguida por actividad física.
