11 May 2025
12.2 C
Nueve de Julio

 Francisco, una política del mundo — urbi et orbi

La propia Iglesia atravesaba una crisis de sentido. Tras el largo papado anticomunista de Juan Pablo II y el breve, convulsionado pontificado de Benedicto XVI —marcado por escándalos financieros, abusos y pedofilia—, ¿qué quería decir Vaticano? Una institución cerrada sobre sí misma, cada vez más alejada del mundo, guiando solo a los semejantes que reconocía y descartando a los diferentes. La Iglesia ya no representaba: apenas se sostenía.

No era la primera vez en sus dos mil años de historia que enfrentaba una crisis de representación. Pero cuando no supo o no quiso resolverla, surgió el protestantismo en el siglo XVI, que hasta hoy disputa el sentido de la fe, en formas evangelistas con fuerte impacto político.

Así llegó Francisco al papado: con la Iglesia en crisis ante la sociedad, y con el poder vaticano atrincherado puertas adentro. Cualquier intento reformista evocaba el “tecito” que terminó con la vida de Juan Pablo I. Por eso abandonó los apartamentos pontificios —donde la pompa era también peligro— y eligió vivir en Santa Marta: un gesto y una protección. Primero vivir. Luego existir. Y existir es actuar.

Su primer viaje como Papa fue a Lampedusa. Una isla que alguna vez perteneció a los descendientes del autor de El Gatopardo, donde Tancredi le dice al príncipe Salina: “Hay que cambiar todo para que nada cambie”, frente al avance de las tropas de Garibaldi. Pero Francisco, sin ejército, se alineó con los inmigrantes: los que sobrevivieron al cruce del Mediterráneo y los que murieron en el intento. Apostó por las masas, por representar algo amplio, diverso, vivo. Porque el ejemplo es la mejor forma de autoridad.

Ese gesto recuerda, en otro registro, al Perón de los años cuarenta, cuando asumió la representación de los sectores nacidos de la sustitución de importaciones: trabajadores y empresarios que escapaban del modelo agroexportador y del radicalismo conservador.

En un mundo occidental donde la política se aleja de la sociedad, los representantes ya no representan al pueblo. Representan intereses: poderes económicos, corporaciones, lobbies. Como en Rollerball, la distopía de los años setenta, donde los senadores ya no encarnan a estados como Alabama o California, sino a grandes empresas. Como ahora. No solo en Estados Unidos.

Francisco, frente a los sacerdotes en opción por los pobres, tuvo que enfrentar a los prelados en opción por los ricos. De ahí la necesidad de proyectarse internacionalmente: buscar legitimidad en los pueblos diversos —a veces hostiles— y romper con la reproducción burocrática del Vaticano, desplazando cardenales rancios y eligiendo la diversidad como principio rector. Solo así pudo, con un Vaticano más conducido, actuar urbi et orbi.

El planeta que recibió Francisco mostraba múltiples realidades: África construye identidades nacionales y regionales bajo sus propios códigos, como en el Sahel, Senegal o Sudáfrica. América Latina puede ofrecer liderazgos populares, pero vive bajo la sombra de elecciones manipuladas, fraudes, golpes, campañas mediáticas, persecuciones judiciales, proscripciones, y un discurso religioso que desplaza a la política en nombre de un evangelismo empresarial.

Así quedó el mundo: con millones sin nadie que hablara por ellas y ellos. Eso vio Bergoglio. Mientras la cima de la pirámide de ingresos está sobrerrepresentada, la base —ancha y empobrecida— tiene pocos o ningún vocero. Y necesita todo: desde comida hasta sentido. Que van juntos.

No fue una tarea fácil. Como todo reformador, Francisco tuvo que transformar el instrumento de transformación mientras lo transformaba. Una dialéctica compleja entre construir poder hacia adentro y representación hacia afuera.

Francisco no fue Fidel Castro, aunque ambos tuvieron formación jesuita. Ni fue Lenin, aunque ambos apreciaban a Dostoievski. Ni fue Perón, aunque su práctica tuvo un tono peronista. Estos ejemplos sirven para mostrar cómo su liderazgo permitió que cada quien proyectara sus propios deseos sobre él. Una forma de consagración… pero también un peligro al pensar la sucesión.

El legado de Francisco abarca al mundo. Es espiritual, sí, pero también político, social, económico, cultural y ecológico. Como si no pudiera haber uno sin los otros. Lo dijo Maquiavelo en los Discursos: “Cuando se quiere que una religión o una república tengan larga vida, es preciso restablecer con frecuencia su estado primitivo”.Amén.

Últimas noticias

Ricardo Alfonsín, de gira por Bragado y Junín

El candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires por el espacio “Frente Amplio por la Democracia”,...

Noticias relacionadas