De acuerdo a un estudio llevado a cabo por científicas del CONICET, el impacto dañino se da a nivel molecular y también conductual.
Desde hace más de veinte años el laboratorio de “Programación Perinatal del Neurodesarrollo”, que coordina Marta Antonelli, investigadora del CONICET en el Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Profesor Eduardo De Robertis” (IBCN, CONICET-UBA), estudia a partir de ensayos con modelos animales el estrés prenatal y sus efectos sobre la descendencia, tanto a nivel comportamental y molecular.
En tanto, entrado el siglo XXI, comenzaron a realizar estudios en seres humanos a partir de un proyecto conjunto con colegas de Alemania, al tiempo que empezaron a trabajar en un nuevo modelo de estrés temprano, vinculado al maltrato infantil.
El objetivo de estas líneas de investigación busca diseñar estrategias preventivas centradas en mitigar o revertir los efectos negativos que el estrés materno durante el embarazo y la lactancia puede tener sobre los hijos.
“Al trabajar sobre modelos con ratas, pudimos comprobar que si se somete a las madres a situaciones de estrés durante la preñez, con el tiempo se cristalizan en efectos deletéreos en las crías, que se pueden advertir tanto a nivel conductual como bioquímico, a través de distintos marcadores moleculares”, asegura Antonelli a través de un comunicado del CONICET.
Asimismo, pusieron en acción estrategias de reversión consistentes en que las crías de madres estresadas durante la preñez sean criadas por madres no estresadas (adopción cruzada). Así observaron que estas crías no desarrollaban los mismos síntomas que aquellas criadas por las madres estresadas.
“Esto nos confirmó que, más allá de los efectos que tiene el estrés materno sobre la cría in útero, una de las claves para entender los efectos del estrés de las madres sobre la descendencia se encuentra en el vínculo que establecen las progenitoras con sus crías durante la lactancia”, señala Antonelli.
Maltrato infantil en la lupa
La constatación, a través de distintos ensayos en modelos experimentales, de la importancia del vínculo entre madres y crías durante la etapa de lactancia, llevó al equipo dirigido por Antonelli a indagar en los efectos del maltrato infantil empleando el modelo de empobrecimiento ambiental, que consiste, fundamentalmente, en reducir la cantidad de recursos que la madre dispone para la construcción del nido. Jazmín Grillo Balboa y Ailén Colapietro, ambas becarias doctorales del CONICET en el IBCN bajo la dirección de la Antonelli y con la codirección de Mariela Chertoff y Silvina Diaz, respectivamente, se abocan a esta línea de trabajo.
De acuerdo con Antonelli, al reducirles el tamaño del nido, las madres se estresan y no pueden ocuparse de sus crías de forma adecuada, lo que deviene en una conducta más fragmentada y más violenta hacia su descendencia, desde el contacto físico hasta la restricción alimentaria.
“En estos modelos vemos algunas consecuencias muy similares a las que se observan en los de estrés prenatal, como aumento de ansiedad y depresión en las crías. A partir de esta situación, lo que hacemos es usar una estrategia de ambiente enriquecido para bajar y mejorar los niveles de ansiedad y vemos que las conductas se normalizan en aquellos animales que sufrieron malnutrición durante el desarrollo. En la adultez muchas de las conductas se acercan a las normales, luego de haber estado en un ambiente enriquecido, que es un entorno en el que tienen más espacio, mayor interacción social y más posibilidad de jugar. Los cambios observados a nivel comportamental tienen un correlato a también a nivel molecular”, indica Chertoff.
Por su parte, el proyecto doctoral de Colapietro se centra en conocer los efectos del estrés por maltrato infantil sobre la generación de nuevas neuronas en el giro dentado del hipocampo, que es la estructura del cerebro asociada a la depresión, en ratas juveniles.
“El objetivo de mi proyecto consiste en ver los efectos del modelo de maltrato infantil en las crías durante la etapa juvenil o prepuberal, porque es una etapa aún temprana del desarrollo, equivalente a la niñez en humanos, que ha sido poco explorada. La idea es caracterizar a nivel molecular, bioquímico y comportamental qué ocurre en las crías que sufrieron maltrato infantil. La intención, en un futuro, es brindar mayor información para poder desarrollar intervenciones anticipadas al establecimiento de las psicopatologías en la adultez”, indica Colapietro.
Por su parte, Silvina Diaz, codirectora de Colapietro, investigadora del CONICET en el Instituto de Biociencias, Biotecnologías y Biología Traslacional (IB3, FCEN, UBA) y especialista en neurogénesis experimental, subraya que para este tipo de investigaciones es fundamental construir modelos, test o paradigmas que funcionen bien en animales y que puedan representar situaciones similares en humanos, “aunque nunca va a ser lo mismo”.
En este sentido, Diaz destaca los estudios que Antonelli lleva adelante con humanos en Alemania: “Es importante llegar al estudio con personas, dado que muchas veces cuesta ver la aplicabilidad de lo que investigamos en los laboratorios en modelos animales. Investigar con pacientes clínicos cierra el círculo”.
Epigenética: herencia y marcas químicas
La epigenética refiere a cambios hereditarios, producto de la interacción con el ambiente, que no implican alteraciones en la secuencia de ADN sino que se comportan como marcas químicas que pueden encender o silenciar ciertos genes. En este caso, la investigación trata de entender qué cambios producidos en las madres por las situaciones de estrés pueden ser heredados por los hijos.
Actualmente, se lleva adelante en Alemania un proyecto preventivo en el que las madres estresadas ingresan en un programa de yoga y meditación, con el objetivo de evitar que ese estrés repercuta sobre los hijos.
“Pensamos que es significante poder desarrollar estrategias que prevengan el estrés que sufren las madres, que sin duda alguna tiene repercusiones sobre el desarrollo neuroconductual de los hijos. Estudios de todo el mundo muestran que los efectos perduran probablemente para toda la vida, entonces sería fundamental si pudiéramos prevenir o al menos moderar el estrés que las madres sufren por distintos motivos como psicosociales, malnutrición o violencia. Se estima que aproximadamente entre un 22 y un 25 por ciento de las mujeres embarazadas sufren algún tipo de estrés. Es una cifra muy alta. Si uno puede generar métodos de prevención, creo que estaríamos colaborando con una sociedad más sana”, señala Antonelli. (DIB) ACR