El sonido del campo emerge en las mañanas como una melodía vibrante por el aire que fluye entre los pájaros vespertinos y los movimientos de las gramillas verdes al costado de la casa. Se puede escuchar desde lejos la pava al fuego chillando a punto de entrar en hervor, el pan hecho tostadas y las pisadas de un pequeño camino al tambo en busca del suministro diario para el desayuno. El sol todavía está decidiendo si se hace presente o se deja opacar por las tempestuosas nubes que favorecen el viento frio que sopla del sur. El hombre sentado en la cocina, termina el último sorbo del mate que tiene en mano con un chillido beneplácito para la formal culminación del ritual matero y se dispone a trabajar. El mismo recorrido de siempre no le brinda el mismo paisaje visual. El campo es esto, familia, tradición, amor por el trabajo y pasión por el día a día.
Todos llegamos al mundo, cargados de un legado, ese amor sobrenatural que llevamos dentro, que se vive en cada pulso de nuestra vida y que se comparte junto a los que tanto amamos. Así se manifiesta esa pasión que nos liga como familia. Cuando tengo la oportunidad de escuchar las palabras de aquellos que trabajan en el campo a diario, que lo viven en su haber y que lo reconocen como tronco en su árbol genealógico, creo que lo vivo tanto como ellos. Así me sucedió con Pilar Flores, una productora que se está iniciando en el mundo de las gallinas ponedoras que junto a su esposo Heber Peralta y sus tres hijos se aventuran a este proyecto con los conocimientos y el entusiasmo para dar fruto a este laborioso trabajo. Junto a su esposo y sus hijos Francisco, Ramiro y Laureano viven en el paraje Sauce Chico de la localidad de Tornquist al sureste de la provincia de Buenos Aires, en una casa perteneciente a la empresa en la cual trabaja Heber. Sus días desde su casa en el campo, y con gran cariño a ese lugar que ya hace cinco años los cobija, tiene la fortuna de que sus empleadores dieran el visto bueno a este proyecto y permitieran que este emprendimiento pueda desarrollarse desde esas tierras. La producción es muy incipiente, recién cuentan con 380 gallinas en su desarrollo, el cuidado es diario y requiere de la labor en equipo. Este sueño que se viene gestando es totalmente fruto de todos, los chicos acompañan en las tareas del campo, aman la vida en la que se sumergen con responsabilidad.
El campo tiene su tiempo y los que están inmersos en esta vida saben bien que su tiempo es determinado por el mismo campo, hay que adaptarse a él y eso es lo valiosos de aquellos que trabajan en torno a la ruralidad. El trabajo se distribuye en cada uno, y es una elección de todos apostar a proyectos como este, desde el más grande de los chicos auxiliando codo a codo a sus padres, el del medio fortaleciendo los conocimientos que aprende en la escuela agraria y sin dejar de lado al más pequeño, para el que esta aventura de las gallinas ponedoras, tiende a ser un juego entretenido. Esta mujer rural hace hincapié en que la vida del campo es sana, y que para transitarla de la mejor forma para los hijos, es forjar un vínculo con los chicos, saber escucharlos y convertirlos en agentes de transformación en cada etapa de las actividades familiares.
Pilar es hija de trabajadores rurales, su experiencia entre el verde los árboles, los atardeceres en la llanura y el sonido de las chicharras por la noche, todo aquello con lo que había nacido deseaba para sus hijos. Hoy los tres, futuros hombres de trabajo, reconocen el esfuerzo y el amor al trabajo desde los padres. Son un todo y entre ellos la vida se les hace disfrutable. El campo tiene eso, magia, unión y colaboración; y criar a un pequeño en contacto diario con lo natural es formarlo con carácter sólido y templanza fuerte. La unión familiar que se construye en torno a la vida rural es bajo los cimientos del hogar, el amor y el acompañamiento, porque según Pilar, si no se tiene a la familia para apoyarse, no se tiene nada. No solo apuestan a su crecimiento económico, se sumergen al sector que tanto les brinda, al que conocen y al que lo sienten propio porque ellos son gente de campo y a eso dedican su vida entera. Según ella, esta vida es la pasión que traen dentro de cada uno pero que las sienten compartida, la cual los hace perteneciente, los mantiene unidos y los reconoce como familia. Esa herencia que nos corre por las venas y que se gesta en el corazón, se crea como raíces y cuando estas se forman desde el amor son firmes, sólidas y resisten a todas las tempestades.
La receta de hoy será de un Tomaticán
Ingredientes
- 2 rodajas de pan
- 1 pocillo de leche
- 4 tomates grandes
- 2 cebollas grandes
- 1 cebolla de verdeo
- 2 cucharadas de aceite
- 1 cucharada de pan rallado
- Sal, pimienta y pimentón, a gusto
- 4 huevos
- 4 tostadas de pan casero
Preparación
Remojar el pan en la leche, 10 minutos. Pelar los tomates (hacerles un corte en cruz en la base. Sumergirlos en agua hirviendo unos segundos. Retirarlos, pelarlos y retirar las semillas). Cortarlos en cubitos parejos. Picar las cebollas con el verdeo. Rehogarlos en una olla con el aceite. Cuando la cebolla esté transparente, agregar el tomate. Mezclar y cocinar 10 minutos. Mezclar con el pan rallado, e incorporar sal, pimienta y pimentón. Agregar el pan remojado y volver a mezclar. Hacer huecos en la preparación y colocar huevos en el centro. Tapar la cacerola para que todo se cocine con el vapor. Distribuir el tomaticán sobre tostadas de pan casero saborizadas con aceite de oliva, o servirlo solo.