Se trata de una celebración que produce un efecto liberador y es una de las fiestas populares más antiguas de nuestro país y varía marcadamente entre las diferentes regiones.
*(por Alicia Martín)
que vamos a vivir.
Por cuatro días locos
te tenés que divertir. (Tango-marcha de Rodolfo Sciammarella).
Así dice este gran éxito del repertorio del cantor Alberto Castillo. Los cuatro días locos, son los días del carnaval, desde el sábado al miércoles de ceniza. Toda una vida condensada y resumida en esos 4 días locos. Un tiempo especial, unos pocos días que se esperan todo el año.
A lo largo de los más de 30 años que vengo siguiendo y estudiando esta fiesta en la ciudad de Buenos Aires, cantidad de relatos y anécdotas ilustran ese tiempo especial. Para el carnavalero de alma, los años se cuentan de febrero en febrero. También en esas fechas les han ocurrido hitos importantes en sus vidas: nacieron sus hijos, conocieron al amor, ganaron amigos fieles, perdieron madres y padres. Y más aún, muchos dejaron o llegaron a este mundo durante los carnavales.
Nuestro país presenta un gran mosaico de celebraciones carnavalescas, con marcadas diferencias regionales. Muchos festejos funden y resignifican historias locales de larga data. Así el carnaval de los chané, con sus maravillosas máscaras, viene del culto a los antepasados. Y en el altiplano jujeño el carnaval se funde con la señalada de los nuevos frutos de la tierra.
Más recientemente, durante el siglo pasado, las fuerzas vivas de Corrientes, Formosa y Gualeguaychú reinventaron un carnaval desfilado, con gran despliegue visual-corporal de carrozas, disfraces y sobre todo danzas. Pueblos de bailarines. En la pampa húmeda, la ciudad de Lincoln arma su carnaval artesanal, con muñecos articulados y móviles increíbles, propios de una comunidad «tuerca», mecánica y motorizada. Como forma de la cultura, estos diversos festejos del carnaval muestran y reflejan a las sociedades que lo celebran.
A esta lista incompleta, se suman celebraciones más comerciales, ya no emprendimientos comunitarios sino organizados por empresas. Estos festejos evocan los grandes «8 bailes 8» en clubes y sociedades de fomento, que por una módica entrada armaban espectáculos danzados con artistas y músicos de renombre.
Murgas y corsos
Una forma de festejo carnavalero que se extendió en este siglo por todo el territorio argentino es la murga. Se trata de grupos de parientes, vecinos y amigos que celebran el carnaval en la Ciudad de Buenos Aires y otras ciudades portuarias, y se han llamado a lo largo del siglo XX, murgas o centro-murgas.
La murga tradicional porteña baila y desfila por las calles al ritmo de bombos con platillos, instrumento que marca el pulso de la danza y es el motor y corazón de la agrupación. Diversos toques que contrapuntean con los sonidos de los silbatos despiertan el baile de los murgueros, hacen gala de su destreza y acompañan también a los cantores y su coro. A su vez, la murga canta y se ríe de las costumbres sociales. El repertorio poético de la murga da lugar a todos los mundos posibles: los mundos negados del deseo, y también las historias que cuentan los sucesos del año y replican las versiones oficiales de los hechos. Estas poesías se llaman «críticas», expresan la opinión de la murga, un colectivo que por extensión, se superpone con la voz popular. La murga se presenta, entonces, como vocera del pueblo.
En su estar en el espacio, la murga se asienta en un barrio que se lleva en el nombre del grupo. El encuentro creativo, compartir experiencias, aprender y crecer con el carnaval en la murga hacen vivir de un modo especial al barrio y lo transforman. Asimismo, al reunir en una misma actividad a varias generaciones, padres, hijos, abuelos, la murga brinda identidad y pertenencia mediante verdaderos procesos de educación no formal.
La murga domina el desplazamiento callejero, la calle es su mejor espacio de expresión. Para quienes sólo ven en la calle un lugar de paso, para transitar y circular, la apropiación temporaria de estos espacios públicos resultará molesta e indebida. Nuevamente el carnaval y la murga construyen un modo diferente de compartir lo común, pero que flamea desde el fondo de los tiempos en el hacer colectivo e irreverente. Sería una falsa pretensión dominar a la murga queriendo imponer una murga de modales correctos, así como censurar los corsos sacándolos de las calles.
Cuando el día expire
y la noche «cope» la parada
será un alarde la murga
entre cadencias, crítica y palabras.
Entonces sí: la fantasía
el divague, el delirio… («Rosario reo», de Daniel Caamaño).
*Alicia Martín es Dra. en Antropología (UBA), se especializa en culturas populares/subalternas, folklore, arte y performance; patrimonio y políticas culturales; cultura de masas e industrias culturales; carnavales y agrupaciones de carnaval.
(Télam)