Una ciudad donde la vida respira arte. (Por Cecilia Lastiri)
¿Puede un paseo urbano convertirse en un viaje por la Historia? En Sevilla, sí.
Podríamos comenzar visitando los Reales Alcázares, admirando los jardines, hay que dejarse llevar por ese mundo perdido pero que aquí parece conservado en ámbar, inalterado por el tiempo. Se oye el sonido de las fuentes, fascina la cúpula dorada en el Salón de Embajadores e hipnotizan los arcos que se multiplican por salas y pasajes. En el Alcázar cada siglo esconde alguna sorpresa. Están el Patio de las Doncellas, el Cenador de la Alcoba o los Baños de María de Padilla. Aquí, Pedro El Cruel instaló su corte y Carlos V se casó con Isabel de Portugal. Navaggero, embajador de Venecia que acudió al enlace, dejó escrito que el patio de naranjos de estos jardines «es el sitio más apacible del mundo».
Al salir del Alcázar se admira la altura fabulosa de la Giralda, campanario de la Catedral que fue el alminar de la mezquita. En el siglo XVI se le añadió el campanario cristiano y también el Giraldillo, la veleta de bronce que Cervantes citaría en El Quijote como la famosa giganta de Sevilla, que «sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo».
Al lado se encuentra el Archivo de Indias. , se construyó para acoger a los mercaderes que se agolpaban en las gradas que rodean la Catedral y que pedían un lugar más adecuado para sus intercambios comerciales. Cuando Sevilla entra en decadencia y pierde el monopolio con América, la Casa Lonja de Mercaderes pasa a acoger el archivo de los papeles de ultramar. Merece la pena visitar este lugar que huele a caobas y a legajos donde se guardan las crónicas de Colón, Magallanes, Hernán Cortés o Pizarro.
La cercana plaza de toros alberga un pequeño museo que rescata el recuerdo de trajes de luces de tardes históricas, cabezas de morlacos míticos y entierros de diestros de la ciudad como el Espartero, Joselito el Gallo o Sánchez Mejías.
La ciudad invita a dar un nuevo salto en el tiempo al llegar al puente de Triana. Desde aquí se evoca aquella Sevilla americana que convertía el Guadalquivir en un fabuloso paisaje de mástiles y de la que zarpó Magallanes para dar la vuelta al mundo. Al final del puente se erige el castillo de San Jorge, antigua sede de la Inquisición y donde ahora se recuerdan las torturas que ejercía el Santo Oficio.
En el antiguo arrabal castizo de Triana el aire lleva aromas de jazmines, el sol se derrama por las calles añejas que se salvaron de la especulación y el río parece detenido en una postal costumbrista del siglo XIX. Anochece y es hora de detenerse en la calle Betis para comer delicias de pescado frito, beber buen vino de la tierra y descansar de una primera jornada que ha sido un vertiginoso viaje en el tiempo.
La segunda jornada podría empezar en la calle Dueñas, donde la ciudad sin tiempo permite asomarse a varias épocas. En el número 5 el palacio de Las Dueñas, la residencia de los Alba, muestra desde hace poco la vida de la aristocracia a lo largo de quinientos años. Aquí murió en 2014 Cayetana de Alba, pero es sobre todo la Arcadia infantil de Antonio Machado. El poeta nació en 1875 en este palacio del que la familia Alba alquilaba algunas estancias.
Salimos a tiempo de ver el atardecer en el Espacio Metropol Parasol, un lugar para la modernidad conocido como las Setas. Subiendo a su mirador se contempla una espectacular vista.
Cae el sol , es hora de encaminarse a la cercana Alameda, antiguo paseo de la aristocracia en los siglos XVI y XVII que con el tiempo se convirtió en lugar clandestino donde se reunían flamencos, poetas, pintores y una amplia galería de personajes extravagantes. Hoy está lleno de bares y restaurantes con aire bohemio y sigue siendo una zona de encuentro para los creadores locales.
La tercera jornada se inicia en el barrio de Santa Cruz, una Sevilla reinventada en los años 1920. Paseamos a placer, casi sin rumbo, a través de callejas laberínticas. La ciudad sin tiempo nos sorprende en la hermosa plaza de los Venerables con el Hospital e Iglesia del mismo nombre, donde hoy el Centro Velázquez expone cuadros del genio sevillano y otros lienzos que rescatan la ciudad del XVII.
Cruzamos el río para contemplar el atardecer en la isla de la Cartuja, sede de la Exposición Universal de 1992, y visitar el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, instalado en un antiguo monasterio que hoy exhibe performances y videoinstalaciones junto a antiguos altares. Aquí estuvo el convento cartujo y después la histórica fábrica de porcelanas Pickman.
Cae la noche y el Guadalquivir más que río es un espejo en el que adivinamos el perfil de Sevilla, una ciudad hermosa, rendida a los paisajes del tiempo. Definitivamente aquí no existen los relojes.
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