La «Dos Océanos» inmoló a un señor del camino Cuando el 17 de marzo de 1965, desde El Faro de Mar del Plata se puso en marcha la prueba automovilística de Turismo de Carretera, el Gran Premio Internacional «Dos Océanos», un nuevo gran sueño cobraba vida. El Dr. Constancio Vaschetto Blencio, desde el Club Atlético Jorge Newbery de Venado Tuerto impulsó aquella realización que contó con el soporte del Mar del Plata Autómóvil Club y el Automóvil Club de Chile.
El doble cruce de los Andes significaba un nuevo desafío para aquellos hombres acostumbrados a tutearse con las más diversas geografías. Aquel era un año con un calendario tremendamente poblado en realizaciones teceístas, que incluían el Gran Premio. Las clásicas cupés, que ya habían cotejado poderío con el Chevytú, en ese año debieron afrontar una muestra más de progreso, ya que Ford Motor Argentina colocó en la ruta a las unidades Falcon, confiadas a la conducción de Rodolfo de Alzaga y Atilio Viale del Carril, mientras el veterano Daimo Bojanich también se alineó en el punto de partida con una máquina similar. Aquella carrera sirvió para demostrar el sólido manejo y la resistencia de la «Galera» de los hermanos Emiliozzi, a la postre ganadores de la misma, empleando para el recorrido general que abarcó 6 etapas, un neto de 26h. 19m. 56s. 4/5 a un promedio de 158,325 kph. Los escoltas fueron Rodolfo de Alzaga a 27 minutos del ganador y Viale del Carril a 57 minutos, ambos con las unidades del Ovalo. Fueron 51 las máquinas las que iniciaron aquella carrera, dispuestas a cubrir 4.168 kilómetros de recorrido, de las que una de ellas quedaría para siempre en el camino. En el inicio de la 5ta. etapa, en Mendoza, con apenas 3 kilómetros de marcha, el Chevrolet N° 14 conducido por el venadense Raimundo Caparrós, ante el bloqueo de una de sus ruedas no pudo dominar el auto, el que fue a dar contra una acequia, estallando en llamas, producto de los tanques llenos de combustible, siendo inútiles los desesperados esfuerzos de los espectadores allí ubicados para tratar de extraer del interior del auto las humanidades del piloto y de su acompañante Héctor Pérez, quienes sufrieron quemaduras de tercer grado en el 50 y 80 por ciento de sus cuerpos. Casi calcinados fueron trasladados al Hospital del lugar, donde fallecerían en las primeras horas del día siguiente, sábado 23. Paradójicamente, aquella etapa finalizaba en Venado Tuerto, y mientras la esforzada caravana arribaba a la meta, toda una ciudad se mostraba acongojada ante la pérdida de uno de sus créditos de mayor renombre en el automovilismo argentino. Raimundo Caparrós era un hombre modesto, sencillo, accesible en el trato y un puntilloso mecánico, animador de cientos de competencias del TC. En ocasión de disputarse la Vuelta Centenario de 9 de Julio de TC, en el año 1963, el escriba tuvo la posibilidad de acompañarlo en aquellas instancias de reconocimiento del circuito, y pudo apreciar la hombría de bien de ese hombre silencioso y medido en sus acciones, además de calificado volante. La «Dos Océanos» se disputó entre el 17 y el 25 de marzo. Cuando todo parecía indicar que alcanzaría mayor brillo con futuras realizaciones, solo quedó aquella muestra perfectamente diagramada por los organizadores. Otras de las tantas competencias que se perdieron sin encontrar respuesta alguna. Como apunte, queda la gran performance de Carlos Löeffel, que largando con el N° 20, al cierre de la primera etapa en Venado Tuerto, no solo hacía suya la misma sino que se encontraba primero en el camino. Aquella carrera, en el Crucero de Benítez, en el asfaltado angosto de 3 metros de la Ruta 51, el escriba la vio pasar en compañía de Francisco Severina y Pascualito Gougy. Un simple apunte para la anécdota.