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Nueve de Julio
martes, 26 noviembre, 2024

Cada tanto me pongo en el lugar del otro

(Por Marisa Chela)

Ese día me senté, me senté como lo hacía cuando era niña y me enojaba mucho algo. Ahí se me representó un paisaje que yo llamaba: la nada. La nada era eso, dejar la cabeza en ese paisaje un largo rato, mucho rato. No veía otra cosa más que ese paisaje, un gran espacio vacío y muy, muy a lo lejos, lo que tanto me gustaba, una montaña, sólo una para no distraer la vista en otras más altas o más vistosas. Sólo una montaña alcanzaba.

Para mí, la nada significaba no pensar en la causa del enojo, ni con quién me había enojado. No pensaba en el reto o en el posible reto. No pensaba en las consecuencias, tampoco. Dejaba la mente así, perdida en ese paisaje inmenso. ¿La montaña? La montaña era lo que me gustaba, entonces eso que me gustaba se presentaba como una especie de solución al problema. Entonces se me mezclaba, la nada con el “me gusta mucho”. No sé, era una buena estrategia para mí porque no me enredaba en el hecho sino que dejaba fluir la mente en la inmensidad, no intentaba escapar, sino ver otro paisaje.

Me veía corriendo sin límite, como perdida en el lugar, corría y corría hasta cansarme mucho y era en ese momento donde mi vista la divisaba, y, cansada, se sentaba a contemplar la montaña. La veía alta y erguida, hermosa, con una vegetación impresionantemente verde, pero no de un solo verde, de muchos y variados verdes. A veces la decoraba con nieve, o la convertía en volcán. Eso dependía de la situación. Nunca veía el mismo paisaje aunque era el mismo. El estado anímico me llevaba a ver lo que yo quería ver.

Así, me pasaba un buen rato, el suficiente para “calmar las aguas de mis pensamientos”. Cuando volvía ya me había olvidado la magnitud del enojo, había disfrutado el paisaje y de lo que más me gustaba. Así podía resolver mejor la situación. Pues ahora, de adulta,  cuando me enojo, vuelvo a ese paisaje imaginario y me doy cuenta que lo que se aprende de niño, difícilmente, no resulte de grande.

Hoy se me ocurrió pensar que La Naturaleza, tal vez, utilizaba cuando era pequeña, la misma estrategia, la veo ahora ahí sentada, contemplando la nada, feliz, corriendo por todos lados sin interferencias, mirando lo que más le gusta, su hermoso paisaje. Y me volví loca de contenta y me puse en su lugar, me calcé sus zapatos… les aseguro que está feliz, muy feliz.

A mí se me ocurren estas cosas, no intento escapar,  cada tanto me pongo en el lugar del otro.

 

 

 

 

NO INTENTES ESCAPAR

Detrás de la molestia se ven indecisiones.

Ya no irradia serenidad la sonrisa que asoma.

La intranquilidad no tapa tu expresión de angustia

y los refugios te quedan chicos.

No intentes escapar.

Un tiempo de reflexión te anida

pero no tiene lugar en ese viaje el olvido,

sólo ofrece la posibilidad de observar otro paisaje sin verla.

Pero, si aún así,

Podés esconderte en los paisajes silenciosos

y resistir.

No olvides que ella.

bajo la sombra del árbol del hechizo

repite una y mil veces

no intentes escapar.

 

 

 

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