Lo primero es conocerlo, saber en qué consiste el estrés y porque aparece es nuestro primer consejo. El estrés por sí solo no es malo, no se trata de una enfermedad, sino de un mecanismo de defensa. Al enfrentarnos a situaciones amenazadoras, reales, o ficticias, nuestras glándulas adrenales comienzan a liberar al torrente sanguíneo “hormonas del estrés”, como la adrenalina y el cortisol, que preparan nuestro cuerpo para la acción: el corazón late más de prisa, la presión sanguínea se dispara, la glucosa fluye por el torrente sanguíneo, los sentidos se agudizan y la respiración se acelera. Los grandes músculos se tensan y se detienen funciones cotidianas como la digestión, para darle prioridad a la lucha/huida que nos permita protegernos de esa amenaza.
Es un mecanismo ancestral positivo porque permitía a nuestros antepasados escapar de los depredadores, y luchar por la comida o proteger a sus hijos. Y continúa siendo perfecto aun hoy cuando nos enfrentamos a amenazas inmediatas.
Por ejemplo cuando una persona se salva, porque salta justo antes de que un coche lo atropelle o, sin llegar tan al extremo, cuando un arquero ataja un penal. En ambos casos le ha invadido una energía inusitada, su percepción es más clara, su fuerza mayor y su agresividad se ha multiplicado. En estos casos, una vez que se resuelve la situación, esos mecanismos se desactivan y todo vuelve a la normalidad.
El problema aparece cuando surgen amenazas que no se pueden combatir de un modo tan inmediato. Cuando nos estresa el exceso de trabajo, el pago de deudas, un problema familiar…A veces resulta mucho más difícil desactivar las respuestas al estrés y estas duran semanas, meses, o incluso, hasta años, consolidando un funcionamiento “anormal” (en estado permanente de alerta) de nuestra mente y nuestro cuerpo. Este tipo de estrés prolongado es el que está estrechamente vinculado a enfermedades cardiovasculares, hipertensión, depresión y trastornos crónicos como el insomnio.
Quizá no podemos evitar los atascos, pero así podemos hacer mucho por vivir nuestra vida de modo sano, más alegre y relajado, realizando actividades que nos ayuden a alejar las preocupaciones e incluyendo dosis de acción que mantengan alerta nuestros mecanismos para cuando podemos necesitarlos.
Podemos acompañar este proceso con una dieta acorde-relajante a la situación.
Mantener una situación de alerta permanente produce un desgaste físico que debe ser equilibrado con una buena dieta rica en vitaminas y minerales.
Come con tranquilidad, saboreando los alimentos y acompañado de personas a las que aprecias siempre que sea posible. Ser consciente de lo que comes te ayudara a controlar tu peso y mejorar tu salud.
Ante situaciones de estrés enriquece tus comidas con:
Vitaminas y minerales. Alimentos ricos, frutas y verduras frescas, legumbres, carne, pescado, hígado, lácteos, huevos, frutos secos.
Lo que tienes que evitar: los estimulantes con cafeína como el café y el té provocan una sensación de alerta, insomnio, y aumento de energía que sumada a la energía del estrés agudiza los síntomas.
Los alimentos dulces: ricos en azucares sencillos, alivian la angustia y la depresión de forma momentánea, después provocan hipoglucemia y empeoran la situación impulsándote a comer más.
La sal y alimentos salados: provocan una mayor retención de líquidos junto a la aldosterona producida por el estrés.
El alcohol en exceso produce provoca depresión, daña el hígado y empeoran las funciones cerebrales.
Algunos aditivos alimentarios provocan hiperactividad.
Una de las maneras más simple, eficaz, económica, natural, y saludable, es realizar actividad física adecuada a tu estado de salud y aptitud física, de manera constante y controlada.
Elige los días, horarios, la actividad que te agrade….y a moverte!!!!!!!!!!!!!