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domingo, 24 noviembre, 2024

Caminos de Tiempo

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La ruta los vio pasar por primera vez en 1906

Van a transcurrir 106 años de aquella inicial aventura que desembocó en la primera carrera por rutas sudamericanas. Lejos se estaba de imaginar que al paso del tiempo se transformaría en la categoría más popular del deporte motor nacional: el Turismo de Carretera.

Ante este acontecimiento bien vale repasar la historia.

El primer vehículo terrestre autopropulsado que llegó al país fue un triciclo a motor de bencina Dion Bouton, importado por un porteño acaudalado, Dalmiro Varela Castex, el mismo que poco después trajo un verdadero automóvil, esta vez un Decauville de dos cilindros, y hacia 1892 un Benz a caldera. Un poco más adelante, en 1897, un señor de apellido Fehling importó un Daimler monocilíndrico. Dos de los más conspicuos representantes de la elite aristocrática de aquel entonces, Marcelo T. de Alvear y el Barón de Anchorena, fueron los protagonistas del primer duelo automovilístico del que se tengan referencias en el Río de la Plata, disputado exclusivamente entre ambos en 1900, sobre la pista del Hipódromo Argentino, entonces ubicado en el barrio de Belgrano. Según datos de la Aduana de Buenos Aires, hasta entonces habían entrado al país apenas nueve automóviles.
Estas máquinas causaron tanta admiración como expresiones en contra, en una Buenos Aires que quería ser tan moderna como las grandes ciudades europeas, pero que todavía cultivaba un estilo de vida provinciano y bastante pacato. La modernidad se impuso con fuerza, sin embargo, y en 1903 unos 300 automóviles circulaban por las calles de la ciudad: vehículos a caldera, eléctricos y con motores a explosión. Y serían 2.000 apenas un par de años después.
El rotundo éxito, sin embargo, no iba acompañado por la infraestructura ni los servicios. Salir de la ciudad era una verdadera odisea, pues los caminos, cuando los había, estaban preparados apenas para el paso de carros y caballos. Y la avería de un motor era otro desafío, pues las reparaciones se realizaban en contados talleres particulares, y muchas veces de forma artesanal, o casi improvisada. Estas fueron las razones por las que en 1904 se fundó el Automóvil Club Argentino (ACA), inspirado en entidades similares como las que ya funcionaban en Francia (1895), Inglaterra (1897) ó Bélgica (1896). Todas, a su vez, eran seguidoras del ejemplo del Automóvil Club de Mónaco, constituido en 1890.
El automovilismo ya atraía multitudes y despertaba fervores incondicionales. Uno de los primeros ídolos de la especialidad fue Juan Cassoulet, quien triunfó en la segunda carrera de la historia argentina, otra vez en la pista de caballos de Belgrano, sobre cien metros y con la participación de siete pilotos. Con un auto Rochester que llegó a la meta envuelto en llamas, Cassoulet terminaría imponiéndose al no menos competitivo Alvear.
Pero deberían pasar dos años más para que los porteños volvieran a entusiasmarse con una nueva competencia automovilística. El domingo 9 de diciembre de 1906 se corrió la primera carrera sobre ruta de Sudamérica, desde el barrio de Recoleta al Tigre Hotel, por el Camino del Bajo (hoy Av. Libertador), para máquinas de hasta cuatro cilindros. Largaron 23 automóviles, de 19 marcas diferentes, con sus respectivas tripulaciones, ansiosas por ganar los mil pesos que había en premios. Se considera a esta carrera el origen de la gran prueba que pasaría a denominarse “Gran Premio Nacional” y después, “Gran Premio de Carretera”, antecedente directo del “Gran Premio de Turismo de Carretera”, la prueba de ruta más importante, recordada y extensa de la Argentina y todo Sudamérica.
Pero hasta que esta categoría se consolidara, se sucedieron numerosas competencias sobre cuyos trazados originales se crearían las rutas que hoy conectan a Buenos Aires con Rosario, Mar del Plata o Córdoba. Por ejemplo, el “Gran Premio Argentino de 1910”, que se largó desde la mismísima Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, con meta en Rosario para la primera etapa, y en Córdoba para la segunda. Cuatro años más tarde se concretó la segunda edición de la prueba, y en 1916, la tercera.
Hacia 1910 existían en todo el territorio nacional 4.856 autos, aunque la red vial era todavía muy primitiva y se pasaban penurias para viajar en auto fuera del ejido urbano. Aún así, las competencias de largo aliento, que unían Buenos Aires con Bahía Blanca, Mar del Plata o Córdoba, eran seguidas por toda la población. Pero la práctica de este deporte todavía quedaba reservada a una elite. Poco a poco eso fue cambiando, a medida que también bajaban los costos de las máquinas y el automóvil se iba popularizando como medio de transporte. Todo un compacto histórico con visos de leyenda.

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