El semáforo en rojo obliga a frenar en Figueroa Alcorta y Udaondo, frente al estadio de River. Al lado se detiene una bandada de bicicletas, y bajando el vidrio se escucha la pregunta:
-Chicos, entre ustedes hay alguien de 9 de Julio?
Se miran, y del fondo una manito se levanta y se escucha:
-¡¡Yo soy de 9 de Julio, señor!!
La sonrisa de Federico Martínez invita a hurgar en su historia de rayos y piñones, de cuadros y pedales, que le viene desde el fondo del tiempo, desde su abuelo Mincho, su padre Marcelo y sus tíos Gabriel y Daniel, y su hermano Agustín, quien ya tiene experiencia internacional. De ser mujer hubiera sido Luz Romina, como pensaba mamá hasta el momento de la evidencia cuando la patera le mostró al recién nacido de frente y ella no tuvo más remedio que dar un nombre de varón, dijo Federico y así comenzó esta historia.
Ahora Fede está sentado en un sillón del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), pensando en el viaje que emprenderá en pocas horas más hacia Gudalajara, donde será uno de los 14 integrantes de la selección argentina para el Panamericano junior. Papá y mamá (Romina) quedaron desarmando las bicicletas para empaquetarlas y sumarlas a las que serán llevadas a Ezeiza. Y él descansa tras la mañana de entrenamiento en el KDT y la foto clásica.
-Hacé de cuenta que te acostás, ponés la cabeza en la almohada y te pones a pensar en 9 de Julio, qué te saldría…, le proponemos como inicio de la charla.
-Uuuuhhh!!!, dice mientras se prepara. Y acepta la propuesta…
-La familia, la mesa, cuando lloré de chiquito tirando en la ruta con poca multiplicación, con pistera, y los grandes con rutera. Ellos no paraban y a mí me costaba horrores. Me cansé tanto que me puse a llorar. Recién ahí pararon. Siempre se acuerda y me carga mi gran maestro Juan Graciano… Tantas cosas… Es la primera vez que salgo del país y se me viene a la mente cuando estaba en el jardín de infantes, nos daban la leche en la merienda y yo me escondía los panes en el guardapolvos para llevarlos a casa, como un juego.
Toda la familia tiene que ver con el ciclismo. Desde al abuelo paterno, Mingo, papá Marcelo, los tíos y el hermano mayor. “Recuerdo cuando acompañé a papá a Bahía Blanca en el camión (es camionero de YPF) y me dio la sorpresa de regalarme la primera bicileta. Era v iernes y al día siguiente ya en 9 de Julio corrí y terminé cuarto… Entré con el tiempo al equipo SAT (Sociedad Argentina de Televisión) y ahí aprendí lo que es un equipo, la solidaridad, gracias a mi entrenador, Gerardo, a Andrés, el jefe de equipo… Y ya no paré más. Lo último fue el argentino de pista en junio, en el que obtuvo tres detalles, bronce en scracht, oro en cuarteta y plata en madison, categoría en la que Juan Curuchet y y Walter Pérez fueron oro olímpico.
Federico nació el 14 de febrero del ´99, vivió hasta los diez años en Ciudad Nueva y desde entonces en Levalle entre La Rioja y Cavallari. Jugó a la pelota en El Fortín pero le tiró más el ciclismo. Igual que su convecino Rodrigo Corro, llegó a pedalear con el campeón olímpico Walter Pérez. “Fue una vez en Mar del Plata”, recuerda, mientras que Rodrigo lo hizo e n el KDT el año pasado. No quiere dejar de nombrar a la Unión Ciclista Internacional, con la que estuvo en una concentración, y de agradecer al mecánico Darío Moreno, al Club Ciclista 9 de Julio no solo por los 350 dólares que le juntaron; al municipio (al cabo con ola plata de los vecinos) y sobre todo al ahorro de sus abuelos que rompieron el chanchito.
Este año será el último como junior, pero piensa tomarse todo el 2018 para seguir creciendo y luego decidirse por algún estudio. “Terminé el secundario en mi escuela de siempre, la de Comercio. Por ahora no me interesan las carreras convencionales, ni abogacía, ni economía, ni medicina, por ahí me meto de policía para poder servirle a la gente”, analiza en el sillón, como pensando en la pregunta inicial. Pero la meta ahora es más coyuntural, por eso dice ruta 65, ente Compairé y el puente de la 5, donde aún se entrena por lo ancho que es el tramo. Y piensa en la estrategia a emplear en el Panamericano, ponerse al servicio de la cuarteta, graduar su ímpetu en función del equipo. “Es que yo siempre fui de atacar y atacar, nunca especulé”, dice como si estuviera hablando de fútbol. Y pide permiso para ir a ayudar al viejo que sigue allá destornillando cuadros tan feliz como si fuera él el que viajara para competir representando al ciclismo nacional.