Se está disputando Wimbledon, el legendario torneo de tenis mundial. Agustín Caceras lo vive desde adentro como parte del equipo de un jugador participante. Vivencias de un nuevejuliense en donde el tenis aún se juega de blanco.
(Por Juan Manuel Jara)
Todos alguna vez imaginamos como sería vivir desde adentro un evento de esos verdaderamente importantes y codearse con aquellas personas que uno admira o está acostumbrado a ver por tv o fotos. Por ejemplo, la entrega de los Oscars, o un mega recital o un evento deportivo. Está terminando la primera semana de competencia del torneo de tenis de Wimbledon, legendario por donde se lo mire en esta su edición ya número 144, y el nuevejuliense Agustín Caceras está ahí. Pero no como un espectador ocasional. Manager desde hace casi dos años del ascendente tenista Rogelio Duyra Silva, hoy número 60 del mundo, llegó para acompañar al joven brasileño a disputar el mítico torneo sobre césped, junto con el resto del equipo que lidera el entrenador argentino Andrés Schneiter, quien fuera coach de Mariano Puerta cuando llegó a la final de Paris frente a un mortífero Rafa Nadal.
Y lo está disfrutando. Primero, laboralmente. Porque es en los cuatro torneos de Grand Slam (Australia, Roland Garros, Wimbledon y el US Open) donde se cierran contratos (allí están las principales marcas) y también donde se sacan las “garantías”, que es lo que se le paga a un jugador por su participación en los torneos del calendario anual. Pero entre reuniones y charlas, el nuevejuliense tiene tiempo para todo. Mirar los partidos, recorrer, incluso darse el gusto de jugar un rato en una cancha del All England Lawn and Tennis Club.
Desde adentro
El pase de manager que lleva colgado es el salvoconducto y la habilitación para circular libremente por sectores exclusivísimos vedados para el resto de los mortales. Un privilegio en una organización que es al mínimo detalle. “Maravillosa”, así la calificó Agustín en un contacto, “es un torneo bien inglés. No hay publicidades, no hay patios de marcas como se pueden ver en el US Open. Wimbledon es la marca”.
Es sorprendente la prolijidad, el orden y el cuidado. Una organización que mueve muchísima gente adentro y afuera. 613 son los auxiliares del servicio militar y de los bomberos de Londres que trabajan en Wimbledon y 250 los alcanza pelotas que participan en el torneo.
Las entradas se ponen a la venta en octubre y en diciembre cuelgan un cartelito de “Sold Out” en el picaporte de la puerta de entrada del All England. No queda ni una.
Durante el torneo, diariamente, a las 10 de la mañana, suena una chicharra para que la gente haga una cola (de forma ordenada, muy ordenada, ¡ni soñar con colarse!) y así pueda ingresar al Club. En su mayoría son personas que acampan en un predio cercano el cual está demarcado y pautado el espacio en donde cada uno se arma su campamento. Diariamente por el All England circulan unas 45 mil personas. No todas tienen entrada pero eso no es impedimento para recorrer las instalaciones, adentrarse en The Wimbledon Shop y llevarse algo del merchandising del torneo, y luego comprarse una porción de fish&chips (bocaditos de pescado y papas fritas) y encontrar un lugar a la sombra (¡difícil!) en la lomada del parque en donde una pantalla gigante de altísima definición transmite los principales partidos en vivo y en directo
En el Cielo…
Como manager de un jugador se tiene acceso a zonas exclusivas. Por ejemplo, la Sala de Jugadores, el espacio reservado para la distención de los protagonistas. Según nos contó Caceras, en esta sala hay PlayStation, wi-fi redoblado, servicios digitales on demand a disposición, además de varios televisores en donde se pasan los partidos y, cada vez que uno finaliza, por altoparlantes se llama a los próximos jugadores para que se alisten para entrar en ese court.
La próxima parada en esta recorrida relatada vía whatsapp es la Zona de Vestuarios, puesta “con todo el confort, heladeras repletas, todo lo que necesita el jugador. Nada le falta”.
Otra de las zonas “calientes” es la del Comedor. Imagínense, uno con el sándwich en la mano y al lado se sienta Rafa Nadal con su plato de tallarines a la bolognesa y te pide si le pasas el queso… A cada jugador la organización le dá un monto diario (aproximadamente unos 80 U$S) para gastar en comida. Un dato curioso relata Agustín respecto a los jugadores y es que “siempre se ven las caras con mucha tensión. Algunos van con auriculares escuchando música muy concentrados. Y en la cancha son robots y la velocidad con la que juegan es asombrosa”.
También cada jugador tiene a su disposición dos entradas por día para ir a cualquier musical, espectáculo u evento que se esté brindando en la cartelera londinense. Pero es raro que las utilicen. En general son los colaboradores quienes las aprovechan. Los jugadores van del hotel al club y del club al hotel, una en una actitud cercana al peronismo tenístico.
Los días que no juegan piden cancha, le dan un horario y van a entrenar. Pero eso sí, cuando llegan las 6pm, después de haber tomado el té de las 5, los encargados de las canchas entran al court y no importa si estás en un punto clave o empezaste con tu segundo canasto de saque…te bajan la red y se la llevan sin pedirte permiso, tengas el ranking que tengas. Y el pasto, la superficie exquisita y demandante porque para jugar allí implica estar siempre alerta, casi agachado, y eso desgasta las piernas, sobretodo. Un pasto que durante el año se mantiene a 13 milímetros de altura y para el torneo se corta a 8.
Wimbledon, mítico, legendario, vestido de blanco, verde y púrpura, Real y distinguido, “El Torneo”, así, con mayúscula y destacado. Ganarlo es la gloria máxima, es como casarse en el Vaticano y hacer la fiesta en el Coliseo romano. Un lujo. Ya es lindo seguirlo por tv. Pero vivirlo desde adentro, convivir con los protagonistas, cruzarse con leyendas como Agassi, McEnroe o Boris Becker y almorzar codo a codo, o esperar un taxi junto a Novak Djokovic son privilegios de poder estar dentro de ese mundo, además de experiencias únicas. Un nuevejuliense, Agustín Caceras, está ahí, haciendo su labor de manager, claro, pero atento al momento en que Roger Federer le pida si no le presta su cargador del celular que se lo dejó a su esposa Mirka en la habitación del hotel en el centro de Londres.