Un tipo de linfoma indolente que presenta un bajo nivel de agresividad y desarrollo lento ¿de qué se trata esta enfermedad?
(Por Dra. Sofía Burgos – Asesora Médica de la Asociación Civil Linfomas, Mielodisplasias y Mielofibrosis de Argentina (ACLA) M.N. 147.448)
Se denomina linfoma a un tipo de cáncer que afecta al sistema inmunitario, que es el que se encarga de la defensa del organismo. Este sistema es más difícil de reconocer a simple vista, ya que está formado por los ganglios linfáticos, el bazo, el timo y la médula ósea. El linfoma puede afectar a esas zonas, así como también otros órganos del cuerpo. Existen 2 grandes grupos de linfomas, conocidos como el Linfoma de Hodgkin (antes conocido como “enfermedad de Hodgkin”) y el Linfoma No Hodgkin, pero en realidad, hay más de 50 subtipos dentro de esta clasificación.
El linfoma folicular es un linfoma No Hodgkin, es el 2° subtipo de linfoma más común, abarcando el 20% de los casos de linfomas y el 3% entre todos los cánceres. Se lo denomina así por el sitio en el que se desarrolla el linfocito B que le da origen (mayormente en los ganglios linfáticos) y por su particular forma de crecimiento (este sitio es en el centro germinal del folículo linfoide, que es una región determinada dentro del ganglio y que crece por lo general formando folículos, que son formaciones de apariencia redondeada al microscopio).
Suele manifestarse a una edad promedio de 60 años (aunque el rango etario puede variar entre los 40 y los 80 años) y afecta a ambos géneros, con una ligera predominancia en varones (1,7 pacientes varones por cada mujer). Se lo considera un linfoma “indolente” ya que presenta un bajo nivel de agresividad y se desarrolla lentamente (incluso varios años).
Los síntomas son muy variables, pero los más comunes a los cuáles estar alerta son: hinchazón indolora de los ganglios linfáticos (cuello, axilas o inglés), fiebre inexplicable, pérdida de peso injustificada (10% entre 3 y 6 meses), sudoración abundante, dolor abdominal, sensación de plenitud gástrica o saciedad precoz, falta de aire, tos, cansancio extremo, infecciones recurrentes, manifestaciones en la piel. Generalmente, cuando el paciente es diagnosticado, en el 80% de los casos la enfermedad ya está diseminada en los ganglios periféricos (los que pueden tocarse) y centrales (tórax y abdomen).
El diagnóstico se va a dar a partir de la biopsia del ganglio u órgano afectado, y diferentes estudios, entre ellos un hemograma completo para analizar los tres tipos de células sanguíneas que se elaboran en la médula ósea (leucocitos, eritrocitos y trombocitos), ecocardiograma, endoscopía, tomografía computarizada total, y resonancia magnética de encéfalo (según el caso),
Como la enfermedad se presenta con una amplia variedad de manifestaciones, en un extenso rango etario y con una variabilidad biológica diversa, no se puede pensar en un único tratamiento estándar de inicio. Existen sí, recomendaciones aceptadas mundialmente. El tratamiento individualizado va a ser definido en conjunto entre el profesional y el paciente, siendo este último quien tiene la decisión final. En dicha elección, prevalece aún el principio de incurabilidad (aunque actualmente cuestionado, ya que se ha demostrado que los linfomas pueden curarse); por lo que se prioriza disminuir la toxicidad del tratamiento. Muchos de los tratamientos como las quimioterapias, inmunoterapias o radioterapias suelen ser bastante agresivos; por ello, en el caso de linfomas foliculares es normal que no se indiquen tratamientos durante períodos prolongados, pero manteniendo siempre los controles.