El vínculo entre narcotráfico y vida cotidiana se está complicando cada vez más en Argentina y requiere una actuación inmediata para evitar un nuevo modelo de organización social dominado por los que producen y venden droga, aquellos que se convierten en referentes del barrio porque ganan más y les va mejor. Diversos estudios están de acuerdo en un punto clave: cada vez se vende más droga en los barrios. Frente a cualquier escuela, en el kiosco cerca de la plaza o en las esquinas, hay alguien que vende droga (ya sea “paco” u otra sustancia) y, lo que es peor aún, todos los habitantes de la zona saben cómo acceder a esa droga.
La venta de droga ya no es sólo un problema de adicción, sino que se ha transformado en un modo de vida económico rentable y bastante generalizado.
El chico que consigue una “changuita” cuando vuelve al barrio gana menos que el que vende droga y, en el mismo sentido, una familia que pone una cocina de paco obtiene más ingresos que viviendo de trabajos esporádicos o de un sueldo básico.
Este punto no es menor y está llevando a un desplazamiento de los tradicionales punteros políticos, que hoy tienen menos herramientas e incidencia en su comunidad que el proveedor de droga que ahora empieza, también, a prestar asistencia social.
En lo que respecta al tratamiento y a la prevención de las adicciones, la situación es más complicada aún.
Los centros de atención están desbordados y con mucho retraso en el cobro de los escasos recursos por chico que les envía el Estado. Perciben tarde y, como les cuesta sostenerse, optan muchas veces por dar prioridad a los jóvenes con obra social o medicina prepaga. El problema se centra en la falta de lugares especializados y el escaso presupuesto destinado a los mismos. Iniciativas como la de Sedronar de crear 40 nuevos centros, sin duda, pueden ayudar pero está claro que estamos ante un escenario difícil. En definitiva, en los barrios se vende más, porque la droga se transformó en una unidad económica familiar.
Un ciclo frecuente en los grandes centros urbanos es el de un joven que hacinado en su casa se va a la esquina porque hay más lugar y mejores condiciones; ahí empieza a consumir porque todos lo hacen y es la forma de integrarse; a partir de ahí al problema de salud se le agrega la deuda.
El joven que empezó hacinado ahora debe dinero. Y ese es el momento en que se le acerca alguien para ofrecerle cualquier alternativa para cancelar esa deuda.
Más allá del debate global del narcotráfico, el día a día de los barrios está quebrando las expectativas de los jóvenes y está creando un nuevo sujeto social: el que vende drogas.
Quebrar este sistema no es nada fácil, pero hay que empezar ahora. Crear una Unidad Especial que combata la venta de droga, un nuevo esquema de escuela secundaria más amigable para los jóvenes del siglo XXI, mecanismos para concretar el Derecho al Primer Empleo de forma que se tenga una primera experiencia laboral y el apoyo económico a las iniciativas emprendedoras.
Tenemos que lograr que quien estudia y trabaja vuelva a ser el referente, aquel al que mejor le va en el barrio, para que todos podamos ver que ése es el camino de la movilidad social, y no la venta de droga.
*Daniel Arroyo ex ministro de Desarrollo Social de la prov. de Buenos Aires. Ex viceministro de Desarrollo Social de la Nación