Hoy 5 de mayo se conmemora el Día Mundial del Cáncer de Vejiga. La fecha, propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) y la Unión Internacional contra el Cáncer (UICC), tiene como objetivo informar y concientizar sobre la importancia de su detección temprana.
De acuerdo con cifras del Observatorio Global de Cáncer (Globocan), el cáncer de vejiga es el décimo cáncer más común a nivel mundial, con una incidencia de casi 600.000 casos y más de 200.000 muertes anuales. Por su parte, en Argentina se espera que para 2025 la tasa de nuevos casos incremente a 4.176, lo cual representaría un aumento del 10,3%. Asimismo, el número estimado de defunciones ascendería a 1823, lo que implicaría un crecimiento del 11.2%.
Sin embargo, la Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC) asegura que, en la mayoría de los casos, la prevención y el diagnóstico precoz son las mejores herramientas para hacer frente a esta patología. Incluso, la adopción de hábitos de vida más saludables como no fumar, alimentarse con una dieta balanceada, realizar actividad física regularmente y respetar las reglas de seguridad en trabajos con exposición a químicos puede reducir las probabilidades de contraerlo.
El cigarrillo, un enemigo silencioso
Una de las principales causas del cáncer de vejiga es el tabaquismo, responsable de cerca del 50% de los casos diagnosticados. Muchas personas desconocen que fumar no solamente afecta el sistema respiratorio a través del humo, sino que también contiene múltiples productos carcinógenos que son absorbidos por el cuerpo y eliminados a través de la orina. Estos pueden dañar seriamente las células que revisten las paredes de la vía urinaria.
Conforme a datos de la OMS relevados en 2020, el 24,5% de los adultos argentinos fuma. Si bien el porcentaje bajó un 28% respecto a años anteriores, Argentina se posiciona como el segundo país de América con mayor promedio de consumo de tabaco por habitante detrás de Chile (29,2%) y casi duplicando los valores de Brasil (12,8%), Canadá (13%) y México (13,1%).
Otros factores de riesgo
Por otra parte, algunas investigaciones sostienen una conexión entre la infección del virus del papiloma humano (HPV) y el desarrollo de cáncer en la vejiga. Según las estimaciones, es posible que hasta un 17% de los casos de tumores vesicales se deban en cierta medida a la presencia de serotipos de alto riesgo del HPV.
Existen otros factores de riesgo menos habituales, como la exposición a algunas sustancias químicas por haber trabajado con pinturas o solventes en imprentas o en peluquerías; también, la ingesta prolongada de agua que contiene arsénico; o contraer esquistosomiasis, una enfermedad producida por parásitos frecuente en poblaciones rurales de América Latina y África.
También es importante destacar que hay una ligera tendencia en el riesgo de desarrollar cáncer de vejiga en los familiares de primer grado de aquellos que ya han sido diagnosticados con esta enfermedad, especialmente si la detección se realiza antes de los 60 años.
Síntomas de alarma y diagnóstico
Actualmente, no existen chequeos de rutina que permitan detectar específicamente el cáncer de vejiga de forma prematura. En general, se descubre cuando el paciente manifiesta determinados síntomas o cuando se efectúan análisis clínicos por otras causas. Los especialistas enfatizan en la importancia de prestar atención a los siguientes síntomas para acudir al médico clínico: sangre en la orina (hematuria), necesidad de orinar con frecuencia, dolor o ardor al orinar, pérdida de peso y cansancio.
Si en el transcurso de la consulta médica se encuentra algo anormal, es posible que se realicen pruebas de laboratorio, como análisis de orina y sangre. En el caso que se sospeche cáncer de vejiga, se derivará al paciente a un especialista en urología, quien realizará una cistoscopia para examinar el interior de la vejiga urinaria y la uretra. Si durante la cistoscopía se identifican crecimientos en la vejiga, por ejemplo, pólipos, será necesario efectuar una biopsia para determinar si se trata de cáncer.
En base a la información obtenida en la cistoscopia y la biopsia de las células de la vejiga, un equipo multidisciplinario podrá decidir si será necesario iniciar algún tratamiento.
Tratamientos disponibles
En el caso de los pacientes con cáncer de vejiga invasivo, cuando la cirugía no es posible o conveniente, la quimioterapia y la radioterapia son los tratamientos estándar y se ha demostrado que aumentan las posibilidades de curación cuando se usan juntos. Es importante aclarar que se trata de una enfermedad que a menudo afecta a personas mayores (en la séptima u octava década de su vida) con comorbilidades, lo cual puede dificultarles recibir los tratamientos aprobados.
La mayoría de los pacientes que pueden recibir quimioterapia serán tratados con cisplatino o carboplatino combinados con gemcitabina como primera opción. Si el proceso funciona, a los pacientes se les dará avelumab para mantener la enfermedad bajo control. Sin embargo, es probable que alguno de ellos no pueda recibir cisplatino o carboplatino debido a otras enfermedades. Para estos pacientes, puede utilizarse el tratamiento con pembrolizumab (inmunoterapia oncológica).
Asimismo, si la primera línea de tratamiento no funciona, y el paciente no responde a la quimioterapia, o la enfermedad vuelve, será necesario una segunda línea de tratamiento con pembrolizumab si no recibió avelumab en la primera línea. Es importante que estos pacientes reciban la medicación lo más rápido posible para maximizar sus posibilidades de recuperación.
Anticiparse, prevenir y detectar
Es posible evitar tratamientos como la quimioterapia y la radioterapia, si el cáncer de vejiga se diagnostica en etapas tempranas. En esos casos, es más probable que el tratamiento implique una cirugía o una terapia intravesical.
El Día Mundial del Cáncer de Vejiga es una ocasión para dar a conocer la trascendencia de la detección a tiempo y la adopción de estilos de vida más saludables para la prevención de los factores de riesgo, como el tabaquismo. Está demostrado que estas acciones evitan la necesidad de tratamientos más agresivos, reducen el riesgo de recurrencia y mejoran la calidad de vida de los pacientes.