Todos nosotros solemos en algún momento idealizar. Normalmente, lo hacemos con nuestras parejas. Esto implica ponerlos en un trono y admirarlos profundamente. Tal admiración surge cuando conocemos a la persona que, según nuestro criterio, reúne todas las cualidades y virtudes para que nuestra vida (con su compañía), sea una historia de amor feliz. Esta idealización, viene a cubrir nuestras propias necesidades, haciéndonos sentir que la otra persona es “el perfecto complemento” (espejismo de necesitar a otro que complemente).
Muchas veces, la idealización genera una imagen bastante alejada de la realidad que puede complicar nuestra relación. Idealizar a alguien, consiste en considerarlo un modelo de perfección, exagerando las virtudes y pasando por alto las cualidades menos positivas. Pensamos que “es la persona de nuestra vida y no podemos dejar escapar”, lo que eleva a esa persona o la relación dando como resultado que nosotros debamos corrernos del primer lugar para poner a ese alguien.
Con el tiempo, es probable que la realidad nos golpee y nos haga entender que las cosas no eran tan lindas como las veíamos al principio. La idealización puede deberse a la búsqueda de cubrir nuestras propias necesidades y vacíos afectivos. Por eso, es importante aprender a aceptarnos. No buscar lo que nos falta en otra persona. Aprender a querernos con nuestras fortalezas y debilidades. La felicidad empieza por casa. Si nosotros no estamos bien con nosotros mismos, ¿es posible hacer feliz a alguien más?
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