(Por Marina Suárez, Técnica en criminalística y criminología)
Un poco de historia.
Nuestra cultura, derivada de sus orígenes europeos, reconoce como asesino a quien mata por dinero. En la antigua clasificación italiana, que se remonta a los textos romanos, a esta modalidad se la ha denominado latrocinio. El fin es el lucro y el homicidio es el medio para alcanzarlo. Este tipo de crimen es también llamado homicidio mercenario o asesinato propiamente dicho. (…) El precursor y líder de los asesinos fue Hassan Sabbah nació en Persia alrededor del año 1034, desde niño se dedico al estudio de la teología y podemos considerarlo erudito, hereje, místico, asesino, asceta y revolucionario. Luego declararía ser la encarnación de Dios de la Tierra.
La secta que creara Sabbah tuvo un impacto significativo en todas las sociedades secretas que vendrían después. Durante las cruzadas, los hashishins lucharon a favor y contra los cristianos, según beneficiara a sus planes. Consecuentemente, los cruzados importaron a Europa los métodos de los assesino, que servirían como modelo de numerosas sociedades secretas occidentales. Los templarios, el Priorato de Sion, la francmasería, los rosacruces parecen deber su eficacia organizativa al trabajo de Hassan. De hecho, los celebres illuminati tuvieron su origen en el aspecto místico de la orden hashishin.
Los sicarios en la actualidad
El criminal mata a cambio de una suma de dinero o de una prerrogativa que le beneficie patrimonialmente. Obviamente se trata de un delito que se produce por un mandato de quien paga y que ejecuta quien recibe o se beneficia, lo que supone intervención de al menos dos sujetos y ambos devienen responsables ante la ley. A estos personajes se los denomina frecuentemente (mas allá de lo estrictamente jurídico) autor intelectual y autor material. Hay hechos en que el acuerdo previo no debe entenderse para un hecho exclusivamente, sino para varios e indeterminados crímenes. De este modo debemos entender que quienes son empleados o dependientes del autor intelectual, en cumplimiento de un requerimiento suyo, también obtendrían un beneficio al matar bajo su mandato: su sueldo. Este es el principio de operatividad de las organizaciones criminales y de esta forma hallamos la acepción de sicario: asesino asalariado.
Estos criminales diagraman su modus operandi al momento de asesinar de manera de poder maniobrar libremente para que la agresión no les importe un mayor riesgo por las características de la víctima o por su estado de indefensión.
La mayoría son hombres, porque éstos tienen una carga genética menor que las mujeres por sentir pertenencia y amor, así como una mayor necesidad de protagonismo en un ambiente donde su comportamiento es de obediencia a ultranza para asistir a la búsqueda de poder y control. El sicario hiere, lesiona en lo físico a las personas, muchas veces prolongando su acción sobre elementos muebles e inmuebles, pertenecientes a ellas. Es, por lo tanto agresivo, cruel y destructivo, pero al mismo tiempo cobarde. El mal que produce es indiscriminado; todo es bueno para la descarga de su perversidad la que ha estado aguardando la liberación que su mentor a través del mandato le otorga. Posee necesidades y códigos propios. El sicario no desconoce la valorización general, es decir la Ley, no obstante antepone su escala de valores con respecto a los demás. No tiene sentimiento de culpa o vergüenza (esta última es la manifestación social de la primera), para él no hay cuestionamiento de su conducta y varían los objetos ocasionales pero su acción es la misma. Su grado de perversión lesiona mas a los individuos que a sus sentimientos pues realiza una cosificación del otro, que no es considerado por él como un igual, es algo inferior.
Material extraído del libro “Perfiles Criminales” de Raúl O. Torre y Daniel H. Silva.