Las heroínas de nuestras historias no llegan en autos increíbles, con capas y poderes extraordinarios. Caminan sigilosas por las noches, traen agua para calmar ese llanto y se acuestan con vos después de una pesadilla. Te dan un beso y cantan la misma melodía de todas aunque cada una la convierte en propia. Te leen cuentos, preparan desayunos y cuando ya sos más grande te muestran el camino. Se les escapa algún reto, alguna palabrota o simplemente una mirada de esas en las que parece que el mundo se va a caer. Te preparan para recibir amor, aunque ninguno llega a ser como el de ellas. Te sostienen en alguna desventura, corren a tu auxilio cuando rompen el corazón, y es ahí donde volvemos con lágrimas en los ojos a pedirle que se recuesten a tu lado y te canten mientras se acercan con el vaso en la mano.
Así son ellas, mujeres que aman de una forma incondicional, pueden cambiar de nombre sus voces son distintas, su trato desigual, pero lo que nunca puede faltar es la mirada absoluta, el amor incondicional. Son legibles, son reconocibles por la calle o al escucharlas hablar y es así como la descubrí a Margarita Miño de Aguilar. Tejedora apasionada, una artesana que es eslabón en la cadena de la producción ovina. Esta curuzucuateña vive desde que nació en la misma ciudad. Hija de padre esquilador se crío entre ovejas y lana, sin pensarlo, casi sin quererlo es hoy la tejedora de sus propios sueños. Esta mujer que con su fuerza de madre y con las ansias de ser el apoyo de sus hijos nunca bajó los brazos. La vida no le fue fácil, le golpeó donde más dolía, un día, sin entender el porqué, tuvo que ser el sostén de su familia cuando los padecimientos de la enfermedad más dolorosa, el cáncer hostigaban a su pequeña. Con tan solo 12 años la más chica de los 5 hijos de Margarita se enfrentaba a la lucha más dura y ahí junto a ella, estaba su madre.
Cuan valiosa es la vida de un hijo para un padre que todos los pesares nuestros los convierten en propios. Y así fue Margarita, era el cimiento en esa lucha, fue la contención y aprendió a caminar de la mano de su hija por lugares donde nunca creyó poder hacerlo, así es que nuestro dolor de hijos las hace fortalecer, las convierte en heroínas. Dios, según esta madre, llegó en cada oración, en cada pedido, en cada rezo; gracias a él hoy su hija es una estudiante de 22 años totalmente sana. En el presente, una familia pujante, hijos hoy hombres que formaron sus familias, su marido su gran compañero, nietos que les relanzan el alma y la espera de una nueva nieta que les recuerda una vez más el amor a la vida. Todo lo que dolió, hoy ya es pasado.
Por lo vivido, por tanto dolor y sufrimiento que la abatió, Margarita no tenía fuerzas y eso la fue apagando, enfermando por dentro, hasta que una amiga le hizo descubrir lo que hoy es su salvación. El telar ha sido su motor de respiro, esta actividad es su forma de vivir. Hoy teje en telar, compra las lanas de los productores de la zona rescatando el valor de las prendas artesanales y de los productores de lanas que aún se mantienen en pie. Ella teje, usa el telar, enseña, brinda cursos y se especializa. Tiene un pequeño negocio que también le sirve como taller donde la magia de sus manos se ve reflejada en cada prenda. A veces las manos de mamá no solo son para caricias, o para preparar ricas comidas, o para dar abrazos reparadores, las manos de algunas madres son para tejer, para hilar y así crear nuestra historia desde pequeños como la de los cuentos de hadas.
La receta de hoy es la torta de cumpleaños de las mamás, esa que es fácil pero llena el alma de amor.
Torta de cumpleaños:
Necesitás:
- Huevos 1 und.
- Azúcar 200gr.
- Leche 220 cc.
- Harina leudante 300gr.
- Aceite 50cc
- Esencia de vainilla
- Ralladura de limón
- Almíbar
- Dulce de leche
- Copitos de merengue secos
Procedimiento:
Batir el azúcar con el aceite, incorporar el huevo la esencia y la ralladura. Integrar alternando la harina con la leche. Llevar la mezcla a un horno en placa enmantecado y enharinado. Cocinar por 35 minutos en horno a 180°. Dejar enfriar, cortar al medio, humedecer con almíbar y rellenar con dulce de leche. Decorar con dulce de leche y merengue seco.