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Nueve de Julio
viernes, 29 noviembre, 2024

Sentime nene…

Me gustaba ir a la casa de la abuela. Era grande y antigua, tenía un zaguán y una puerta cancel, una habitación a la calle, otras habitaciones, la cocina, el patio con una planta de mandarina y el galpón de las herramientas. Ahí transcurrió la abuela, ahí desplegó su encanto, ahí brilló, ahí murió, ahí los nietos aprendimos a quererla y admirarla.

La abuela estaba llena de historias, algunas las inventaba, era audaz y con falsa memoria, su rostro redondo y regordete brillaba diferente cuando recordaba lugares de su infancia, llena de picardías, olores, sabores que describía vívidos.

La abuela era una contadora de historias y era, para mí, un vicio dar oídos.

 – Sentime Nene…   Decía para que la escucharas, parecía que lo que te iba a decir rebalsaba el sonido y que, de alguna manera, debías poner el corazón en el derrame.

Siempre sentada en la cabecera de la mesa, era su trono, imponía un respeto amoroso. Con su carisma lideraba entre los suyos. Era un lugar ganado, no fue un albur.

Tardes eternas, pueblerinas, con un sol manso cuando llega el otoño, voy a verla. Un silencio solo roto por sus ronquidos, informa que la siesta está haciendo su tarea.

–  ¿Abuela estás despierta? –  susurro, pero trato de superar el tronar de sus estertores.

– Si, pasá – me responde. Entro a su cuarto

-Estaba soñando – me dice, para que le pregunte ¿Qué soñabas?

Eludo la pregunta y voy directamente al hueso

-¿Me contás ? – finge una molestia en el rostro pero, inmediatamente, señala

-Sentime, lo que te cuento…

Vi la emoción en su continente, y me dispuse a escuchar “urbi et orbi”

-Yo tenía 14 y tu abuelo 30.  – Su mirada me advierte que está buscando en lo más profundo de su historia.

Un rayo de sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro, dándole un aspecto místico. Como si fuera un profeta. Yo estaba subyugado por su imagen.

-Cuando yo era chica, tenía otros pretendientes, pero con él era otra cosa. Me sentía protegida y querida, yo lo adoraba…- reveló en medio de un suspiro que casi me despeina.

-No me decía tantas palabras lindas como los otros, pero a mí me sonaban como música. Tenía sus cosas lindas también, pero me parecía que me necesitaba.

-Todavía no sabía que aunque yo fuese chica, lo iba a entender.

Sus ojos chiquitos se nublaron, los secó con el puño de la tricota, tomó respiro… y “haciendo puchero” siguió con su relato.

-No encontraba la forma de decirle que me gustaba, pero un día tuve suerte.

– En el carnaval de 1922, el abuelo estaba en el pueblo y nos encontramos en el baile. Estaba con un amigo que besaba a la novia y yo lo hice mirar.

 Me dijo que él no podía hacer lo mismo porque no tenía.

– No tiene, ¡porque no quiere hablar! le respondí.

– Y él me preguntó si le permitía visitarme en mi casa que hablaría con mi papá.

– Yo acepté, pero mi papá me bajó la caña, le dijo que yo era una chiquilina inmadura que todavía no sabía lo que quería. Y que él era un hombre serio, que estaba siempre en el campo y yo en fiestas y que no sabía hacer nada.

Yo dije –Este se va para siempre, pero el abuelo se jugó y le contestó.

-Mire yo le agradezco, pero yo creo que todo eso se puede solucionar -y empezó a venir a la puerta en abril de 1922.

– Después todo fue sobre ruedas.

-EL 16 de Julio nos comprometimos y un año más tarde, un día de otoño, nos casamos. Y gracias a Dios me sentí siempre la más feliz del mundo.

-Ahora Nene, servime un licorcito.

Me tomé uno yo, le dí un beso y me fuí con una sonrisa, – Ya sé a quién salí…

(Por Arístides Garlo Paz)

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