«La igualdad es el alma de la libertad; de hecho, no hay libertad sin ella» Francés Wright.
Desde hace siglos que a las mujeres el patriarcado nos manda a quedarnos en casa, pero le fuimos haciendo frente y empezamos a salir poco a poco. Sin embargo, afuera no nos recibieron con los brazos abiertos, sino que chocamos con una carrera de obstáculos constante. A pesar de ello, ya empezaba a quedar claro en los comienzos del siglo XXI que nunca más la sociedad tendría la comodidad de nuestro silencio, de nuestra estadía plena en las paredes de lo que llamamos “hogar”.
La pandemia del Covid19 nos expulsó a todas de la vida comunitaria con un aislamiento obligatorio en nuestras casas, a quienes gozamos del privilegio de tenerla al igual que los servicios implicó protegernos del virus, y para otras, implicó quedar distanciada de los sistemas de apoyo y a muchas mujeres las expulsó al infierno: 24×7 con sus maltratadores.
Algunas medidas gubernamentales fueron de rápida respuesta, otras no tanto, pero todas resultan insuficientes. Las organizaciones feministas y de mujeres salimos al rescate y apoyo, como podemos, de aquellas en que el “hogar” se había transformado en una película de terror, que incluye todo tipo de violencias.
La violencia deja marcas y no verlas deja femicidios. La expresión más brutal de la violencia de género trajo como resultado más de 70 mujeres asesinadas durante la cuarentena en Argentina. No atender esta doble pandemia, y no porque creamos que el violento es un “enfermo”, al contrario, es un hijo sano del patriarcado socializado en una estructura de dominación, pero la OMS en su informe del año 2013 indicó que la violencia de género tiene proporciones de pandemia porque la sufren 1 de cada 3 mujeres en el mundo. ¡Ah! Pero no hubo ni un DNU, ni medidas urgentes para mitigarla. No son números, son mujeres sujetas de derechos, pero tratadas como ciudadanas de segunda o de cuarta.
La crisis sanitara traducida en la profundización de la crisis económica que ya arrastrábamos dejó al descubierto, bien clarito en la superficie, las desigualdades de todo tipo, en especial las de género.
La pandemia del Covid19 impacta de manera diferenciada en mujeres y varones así como en otras identidades. Las mujeres están en la primera línea de respuesta a la crisis sanitaria en sus casas y afuera en la respuesta de los servicios esenciales: son el 50% del cuerpo médico y el 80% en enfermería en la región; mayoría mujeres en las cajas de los supermercados y personal de cuidados en instituciones, así como las que se encuentran dando la batalla al hambre en los comedores, donde las personas que asisten se han duplicado y hasta triplicado.
Las mujeres no dan más. Según la OIT, las mujeres tienen a su cargo 76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado (más del triple que los hombres). A partir del ASPO esto se agudizo, se ocupan de las tareas domésticas, de crianza, son maestras de lengua, matemáticas, danza, arte y educación física, se encargan de las personas adultas mayores y con discapacidad de la familia sin domingos, feriados ni vacaciones. Todo por un mismo valor: cero peso, no es amor, es trabajo no pago. El costo: su cuerpo, sus vidas, su libertad, sus derechos y autonomía hechos añicos. Cabe reconocer que muchos varones comenzaron a darse cuenta de lo que implica el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado y están iniciando una corresponsabilidad y eso es muy bueno, pero no es suficiente todavía.
La democratización de las tareas en los hogares debe ser una política de estado urgente, es la columna vertebral de las desigualdades entre varones y mujeres. Y debe eliminarse esa carga cultural e ideológica de que es un tema del que deben ocuparse las mujeres. ¿O acaso nosotras nacemos con un posgrado en Harvard sobre cómo doblar la ropa, hacer una tarta o cambiar un pañal?
¿Quiénes se ocupan de la reproducción social? ¡Sí, en su mayoría, las mujeres! Por eso hay recursos humanos disponibles para el mercado y el desarrollo de las sociedades, vos estás leyendo este artículo porque alguien te cuidó, te lavó la cara, las manos, te dio de comer, te enseñó a leer, etc. Te crió y se ocupó.
La pobreza y el trabajo informal tienen rostros de mujeres en la región. Para una enorme cantidad de mujeres y personas LGBTIQ+ es imposible realizar teletrabajo teniendo empleos en la informalidad, sin ningún tipo de seguridad social; sumado a la falta de dispositivos inteligentes, conectividad y la brecha digital.
Como si fuera poco se esperan, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, que 47 millones de mujeres de 114 países de ingresos bajos y medios no puedan acceder a métodos anticonceptivos, y se prevén 7 millones de embarazos no planificados si el confinamiento se prolonga 6 meses y los servicios de salud experimentan interrupciones importantes. Es imprescindible para la vida y la salud de niñas, adolescentes, mujeres el acceso a sus derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos, que son derechos humanos, para vivir una vida libre de violencias y evitar mayores desigualdades.
¿Quiénes ponen nuestras necesidades sobre la mesa donde se toman las decisiones para enfrentar la pandemia? ¿Cómo sale la mitad de la población mundial, y más de la mitad en Argentina, de esta monstruosa crisis económica, social y sanitaria si nadie la está considerando y se ignoran las desigualdades estructurales de los géneros y sus interseccionalidades?
Durante el ASPO hubiese sido y sigue siendo imprescindible la perspectiva de género para la toma de decisiones. Es hora ya de sentar al Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y a todas la áreas provinciales y locales de géneros en los comités de crisis para el asesoramiento y planeación de las medidas para el abordaje de la pandemia y más allá.