(Por Paolo Barbieri / Concejal)
Detengámonos a pensar las motivaciones de nuestros abuelos inmigrantes para dejar todo atrás. Abandonar la patria, la familia, los amigos, los lugares que te complementan, todo para arribar a un país desconocido.
Seguramente el anhelo de progreso, esquivar las guerras, y la aventura de lo nuevo, han sido algunas de las motivaciones que tuvieron para afrontar tremenda odisea.
Sin duda que para ellos el destino al que se dirigían estaba lleno de futuro, un futuro tan prometedor que fue capaz de opacar todo el pasado.
Mi bisabuelo Aló Barbieri, llegó de Ferrara Italia hace unos 120 años. De profesión peluquero, fue uno de los cientos de miles que cruzaron el atlántico hacia la
tierra prometida. Realmente la suerte no les fue esquiva, llegaron apenas con algún oficio o la indestructible cultura del trabajo, fundaron familias, prosperaron y
alcanzaron cierto bienestar.
Paralelamente sus antiguas patrias sucumbían ante las 2 más terribles guerras que se tenga memoria, y que sumieron a la región en una destrucción sin antecedentes.
Aló falleció en la década del 60 en una Argentina que hacía décadas progresaba, mientras que su Italia natal se lamía las heridas y apenas comenzaba a reconstruirse,
mientras la pobreza acechaba y las urgencias del presente no daban tregua para proyectar el futuro.
Durante los siguientes 60 años, los roles se han invertido. El progreso se detuvo en Argentina, mientras que Europa, aun con sus defectos y problemas, ha
alcanzado un indice de bienestar inédito en la historia universal.
Podemos culpar de nuestra propia decadencia a muchísimos factores, personas, ideas y lo que se nos ocurra, seguramente encontraremos que casi todos tendrán su cuota
de responsabilidad. Pero de poco serviría el análisis, si no implementamos los cambios que precisamos para volver de una vez por todas a la senda del desarrollo.
Discutamos el pasado, siempre, pero debatamos prioritariamente qué tenemos que modificar para abandonar el retraso y la decadencia que parece no encontrar nunca
el fondo. La experiencia de esos países que se levantaron de la ruina y salieron nuevamente a flote no nos puede ser ajena, como tampoco nuestra propia historia que está repleta de evoluciones que sorprendieron al mundo. Ahí están las raíces del progreso. Pero no se trata de copiar, ni de hacer lo que nuestros abuelos, o los padres
de la patria hicieron, sino de imitar los buenos ejemplos trayéndolos al presente y hacer lo que ellos hoy harían.
Para eso es primordial abandonar prácticas que en ningún caso han sido exitosas, ejemplos de modelos que solo han traído miseria y autoritarismo; aspiremos a ser mejores,
o al menos a preparar el terreno para que nuestros hijos sean mejores.
Tal vez hoy, en una fecha que pocos recuerdan e inculcando a personas que prácticamente han dejado de existir, podemos empezar a discutir como construir un mejor futuro, teniendo a nuestros abuelos como modelos y destacando el inalienable derecho de vivir nuestras vidas en libertad.
Paolo Barbieri.
Concejal.