De cada 100 unidades de semillas de girasol, una aceitera genera 10 unidades de cáscara de girasol, 42 unidades de aceite y 46 unidades de pellet para forraje.
De esta manera, el procesamiento de los granos de girasol asegura un gran volumen de cáscara que puede emplearse como materia prima de nuevos procesos más convenientes en términos de sustentabilidad. Actualmente, las aceiteras emplean este residuo como combustible para generar el vapor que requiere el tratamiento del grano para la extracción de aceite. Además se utiliza como insumo para elaborar pellets destinados a nutrición animal y confeccionar camas en producciones aviares.
Con el objetivo de ampliar el aprovechamiento de la cáscara de girasol, investigadores del INTA y del Conicet reutilizaron los residuos que generan las aceiteras ubicadas en el puerto de Bahía Blanca para el cultivo de hongos y lo transformaron en biofertilizante, un producto innovador recomendado para la fertilización en horticultura.