(Por: Mónica Velásquez, Directora de Comunicaciones de CropLifeLatinAmerica)
Algunas veces necesitamos un plomero, un pintor, un mecánico, pero todos los días necesitamos a un agricultor’.
Esta frase que circula por redes sociales, pone en evidencia la invisibilidad del agricultor en nuestras vidas cotidianas y la necesidad de reivindicar y valorar su rol como proveedor de alimentos.
Los alimentos no vienen del supermercado, son el resultado de un esfuerzo colectivo, en donde hay ciencia, conocimiento, inversión y un gran riesgo que asumen con valentía los agricultores, y que la mayoría de ciudadanos desconocemos.
La ausencia de una valoración justa al trabajo agrícola por parte de la sociedad en general, particularmente de los centros urbanos, exige una renovación del compromiso de los consumidores –que somos todos– frente los agricultores como proveedores de nuestros alimentos y avanzar hacia una cultura que reposicione a la agricultura y al agricultor en el imaginario colectivo.
El reconocimiento cultural al agricultor exige reflexionar sobre las condiciones de trabajo que favorecen los avances hacia una producción de alimentos más sostenible. Y aquí nos encontramos con un abanico de necesidades que van desde la infraestructura en sistemas de riego y vías, el acceso a nuevos conocimientos, tecnologías y créditos, hasta el acceso a un mercado que asegure el retorno de la inversión y compense el trabajo y el alto riesgo que asumen los agricultores.
Es necesario que como sociedad dirijamos la mirada y la atención hacia la agricultura, nos informemos del universo detrás las cosechas, y valoremos los avances y los esfuerzos de los agricultores por mejorar su producción y cumplir con un estándar de calidad orientado a la sostenibilidad de sus fincas.
La reflexión sobre la sostenibilidad de la agricultura pasa por visualizar el equilibrio entre la provisión de alimentos para una población en aumento y la huella ambiental de la agricultura, y también pasa por el reconocimiento a los agricultores que se preocupan por hacer su trabajo de la mejor manera y cumplen con certificaciones de calidad que les permiten acceder a mejores mercados, garantizar la calidad de sus productos y evidenciar su compromiso con la protección del ambiente.
En América Latina, agricultores de todas las escalas, grandes, medianos y pequeños, tienen iniciativas para implementar mejores prácticas, como la labranza cero, que conserva y protege los suelos en algunos cultivos, o los principios del Manejo Integrado de Plagas, que incluye el control cultural, biológico y químico o el uso de semillas mejoradas y el diseño de un plan de nutrición de suelos que facilita cultivos más vigorosos y productivos. Hay una oferta amplia e interesante de conocimientos, prácticas y tecnologías que contribuyen a una producción agrícola eficiente desde una perspectiva económica y ambiental.
Algunas de esas tecnologías, conocimientos y prácticas son usadas por los 1.400 millones de agricultores en el mundo que hoy alimentan a más de 7 mil millones de personas, y lo logran en medio de condiciones climáticas adversas y con mayor presión de plagas y enfermedades. Podemos detenernos en esta cifra, para visualizar que el 20% de la población es la que nos alimenta a todos, una razón más para que el ciudadano de a pie reivindique y apoye la labor de los agricultores.
En el imaginario colectivo no se reconocen fácilmente los triunfos históricos de la agricultura, la ciencia y la dedicación detrás de ella, como el aumento de la producción en un mismo espacio. Mientras que en 1960 un agricultor producía en una hectárea comida para dos personas, hoy en la misma hectárea se produce comida para cinco. Más producción en menos tierra, evitando la ampliación de la frontera agrícola y reduciendo la huella ambiental.
Tampoco abundan conversaciones sobre los múltiples retos de la agricultura actual y cómo se preparan los agricultores para alimentar a 9 mil millones de personas en el año 2050 en un escenario de condiciones climáticas adversas.
Avanzar hacia una agricultura sostenible requiere que los agricultores sean más activos en la comunicación con la sociedad y nos den el parte de tranquilidad de cómo están produciendo nuestros alimentos. Y del lado de los consumidores debemos visibilizar al agricultor, reconocer sus riesgos, avances y desafíos, renovar nuestra confianza en ellos y motivar la vocación por la agricultura.