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miércoles, 27 noviembre, 2024

Mi abuela y el cardenal…

(Lic, Hugo Enrique Merlo – GH Soluciones)

Estimado lector, como he mencionado en varias de mis columnas, veo una propensión a opinar de todo, esa dificultad para decir: no sé. Se pone de manifiesto en cada oportunidad que nos sentamos en una PC o agarramos el teléfono y nos sumergimos en las redes sociales.   Por eso hoy no tengo ganas de opinar, solamente escribir sobre una persona y un hecho, de uno de mis ancestros, mi abuela Juana Giannossi.  Porque como decía San Agustín “los muertos son seres invisibles, no, ausentes”.

En lo personal probé de todas las mieles y brebajes correspondientes a mi lugar de primogénito, viajes a Luján, a Buenos Aires en el mítico tren Sarmiento, llegar a Once e ir a un hotel de un nuevejuliense (Sr. Comas), viajes a La Plata al museo de Ciencias Naturales. Siempre provista de provisiones, que parían no más allá de 45 minutos de viaje, pollo, tarta, tortillas, era un delirio gastronómico. Ella me compró todos los helados que tenía para vender, cuando como aprendiz de empresario, salí un tórrido día de verano en mi bicicleta a vocear el refrescante producto.

La abuela Juana, además de una buena persona, muy familiera, era una luchadora de su ciudad, más cerca de la gente, que las grandes obras, participó en la fundación de escuelas, fue presidenta de la Acción Católica, cientos de colectas, y así en todo lo que le tocó participar, hasta fue madrina de Bautismo de uno de los hijos de los japoneses que hace años emigraron a nuestra ciudad. Y por último donó al museo municipal su colección de cientos de zapatitos que juntó durante toda su vida.

Era buena cocinera con un especial  timing para hacer la comida de tal manera que la servía cuando empezaba la radionovela del mediodía, que devoraba el abuelo, y terminábamos de comer y se escuchaba el “gracias gracias” del final de la obra. Cuando se “hacía factura de chancho” la abuela era gloriosa en: morcilla dulce, codiguìn y chicharròn.

Un cosa que recuerdo, es que venía un cura a la casa de la calle Corrientes, un Sr. con cara de bueno y voz pausada, la abuela nos llamaba a los nietos y el visitante nos daba la bendición, ella le agradecía y estaba feliz, yo pensaba por eso que era un tipo importante, pero siempre decía – Yo le agradezco a la Virgen y a Ud.

Nunca fue muy claro hasta que cuando Juana falleció, hace más de 20 años, entre su correspondencia encontré:

Hoy hay un santuario en nuestra ciudad, el beato tal vez pronto sea Santo. El cardenal Pironio le agradecía a mi abuela su bondad.

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